
Santa Cruz de la Sierra amaneció distinta. La noticia de la muerte de Percy Fernández, el hombre que gobernó la ciudad en seis gestiones, se esparció como un susurro de incredulidad. Tenía 86 años y, aunque llevaba tiempo retirado de la vida pública, su figura permanecía tan presente como los parques, mercados y avenidas que impulsó en la urbe.
Desde el mediodía, el salón velatorio abrió sus puertas para recibir a vecinos, autoridades y antiguos colaboradores. Afuera, bajo el sol cruceño, se formaban filas de ciudadanos que buscaban despedirse del alcalde que, para bien o para mal, dejó una huella imborrable en el rostro de la ciudad.
Percy fue ingeniero civil y político. Pero, sobre todo, fue un personaje irrepetible. Su estilo directo, irreverente y muchas veces polémico le dio enemigos acérrimos y seguidores leales. Entre sus logros se cuentan casi 50 mil obras, desde módulos educativos hasta centros de salud, que consolidaron el crecimiento de Santa Cruz como la metrópoli más dinámica del país.
“Era auténtico, espontáneo, de esos que decían lo que pensaban sin calcular demasiado”, recuerda un exfuncionario. Esa autenticidad le costó críticas y hasta denuncias, pero también cimentó el cariño de quienes lo vieron recorrer calles, abrazar vecinos y hasta bailar en actos oficiales.
En medio del duelo, emergen también sus contradicciones. Fue acusado de acoso en actos públicos, de excesos verbales y de un estilo de mando que muchos calificaron de caudillista. Sin embargo, su popularidad se mantuvo casi intacta, al punto de convertirlo en el alcalde con más reelecciones en la historia cruceña.
Las condolencias llegaron de todos los rincones: desde el presidente Luis Arce hasta líderes opositores como Tuto Quiroga y Samuel Doria Medina. El gobernador Luis Fernando Camacho lo llamó “el mejor alcalde que tuvo la ciudad”. Y Angélica Sosa, su sucesora, evocó “la grandeza de su amor por Santa Cruz”.
En paralelo, las redes sociales se llenaron de anécdotas. Vecinos compartieron fotos de la entrega de obras, estudiantes recordaron cómo inauguraba módulos educativos hablando de la importancia de la formación y otros revivieron los momentos en los que su carácter explosivo desató controversias.
La historia de Percy comenzó en la pobreza. Fue el último de siete hermanos, hijo de una madre viuda que sobrevivía con una panadería de barrio. “Yo llevaba el canasto con pan para vender, porque era para venderlo, no para comerlo nosotros”, contaba él con la voz entrecortada. Esa infancia dura lo marcó y lo llevó a repetir, casi como un mantra, que su vida era fruto de la educación.
En Córdoba, Argentina, se graduó como ingeniero civil con honores. A su regreso a Bolivia, alternó entre la construcción de obras y la política. Fue ministro, senador y dirigente cívico, hasta que encontró en la alcaldía de Santa Cruz su escenario natural, el lugar desde donde desplegó su visión de ciudad moderna.
El municipio declaró tres días de duelo y anunció que una avenida llevará su nombre. Es un gesto simbólico que resume lo que muchos sienten: la urbe no puede entenderse sin Percy Fernández, aunque su legado provoque pasiones encontradas.
En la funeraria, algunos lloraban, otros sonreían recordando sus ocurrencias. “Era un hombre bueno, alegre y generoso”, dijo Branko Marinkovic. Para otros, en cambio, queda la tarea de debatir sus luces y sombras, con la distancia que da el tiempo.
La noche caía sobre Santa Cruz cuando los cánticos y aplausos acompañaban su despedida. No todos los líderes logran convertirse en parte de la memoria colectiva. Percy lo hizo, con aciertos y errores, con grandezas y excesos. Y hoy, la ciudad lo llora como se llora a uno de los suyos: con gratitud, con crítica, pero, sobre todo, con la certeza de que su historia se entrelaza para siempre con la de Santa Cruz de la Sierra.