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La Verde acaricia el sueño postergado por más de 30 años

Treinta y dos años después de Estados Unidos 1994, Bolivia revive la ilusión tras vencer a Brasil con un penal de Miguelito Terceros. El país entero vuelve a creer en la gesta imposible.

La Verde escribió una de sus páginas más gloriosas.
Deportes | Redacción El Día | 2025-09-10 07:46:03

El Estadio de El Alto fue un volcán. No había margen de error: ganar o morir, soñar o resignarse. Bolivia, esa selección tantas veces golpeada, encontró en los 4.150 metros de Villa Ingenio el lugar donde renacen las epopeyas. Allí, ante la poderosa Brasil, La Verde escribió una de sus páginas más gloriosas.

El rival no era cualquiera. La Canarinha, pentacampeona del mundo, dirigida por Carlo Ancelotti, llegaba clasificada y con figuras de clubes europeos. Pero la historia no entiende de jerarquías cuando la fe lo supera todo. Bolivia jugó con el corazón en la boca y con un país entero empujando cada balón.

La primera parte fue un manojo de nervios. Moisés Paniagua, Enzo Monteiro y Miguelito Terceros corrían como si la vida dependiera de cada jugada. Y en cierto modo era así: detrás estaba la esperanza de un pueblo que no asiste a un Mundial desde aquel de 1994 en Estados Unidos.

La jugada clave llegó en el epílogo del primer tiempo. Roberto Carlos Fernández fue derribado en el área por Bruno Guimarães. El árbitro chileno Cristian Garay revisó el VAR y señaló el punto fatídico. El estadio contuvo la respiración.

La responsabilidad cayó sobre los botines de Miguelito Terceros. Con apenas 20 años, tomó la pelota, miró a Alisson y decidió. Su disparo fue bajo, a la izquierda. El arquero adivinó, pero no llegó. Gol. Grito desgarrador. Fiesta desatada. Gol de la ilusión, gol de un país entero.

En la segunda mitad Brasil intentó reaccionar. Ancelotti metió cambios de lujo: Raphinha, João Pedro, Estêvão. Pero nada alcanzó. Bolivia defendía como un bloque de acero. Lampe, el eterno guardián, apenas se exigió en un par de intervenciones que demostraron su jerarquía.

El tiempo se consumía entre sudor, nervios y plegarias. Carmelo Algarañaz tuvo el segundo, pero Alisson lo negó con una atajada imposible. La Canarinha empujaba, pero la altura, la presión y el espíritu boliviano les ganaban la partida.

Cuando el reloj marcó el minuto 90, la grada ya era un solo coro: “Sí se puede”. Y cuando Garay sopló el silbato final, el país entero explotó en un rugido de lágrimas, abrazos y banderas ondeando al viento. La Verde lo había conseguido: vencer a Brasil y mantener vivo el sueño mundialista.

Óscar Villegas, el técnico que nunca prometió milagros, cumplió con su palabra: trabajo, disciplina y fe. “Hemos cumplido con nuestro país”, dijo entre lágrimas. Sus jugadores, mezcla de juventud y experiencia, le respondieron con una gesta que quedará grabada en la memoria colectiva.

El héroe de la noche, Miguelito, lo resumió con humildad: “Dios me eligió y estoy contento”. Su gol no solo valió un triunfo histórico, sino que devolvió la esperanza a una generación entera que jamás vio a Bolivia en un Mundial.

Treinta y dos años después, el eco de aquel gol de Erwin Sánchez a España en 1994 vuelve a resonar. La Verde acaricia un sueño que parecía imposible: estar de nuevo en una Copa del Mundo. El repechaje en México será otra batalla, pero la ilusión ya nadie la arrebata.

En las calles de La Paz, Santa Cruz, Cochabamba, Potosí, Tarija, Beni, Oruro y Chuquisaca la fiesta fue la misma. La Verde ha devuelto la fe a su gente. No importa lo que digan los cálculos: Bolivia toca las puertas del Mundial y, por primera vez en décadas, el país entero se atreve a creer.

El triunfo ante Brasil no es solo un resultado deportivo, es un símbolo de resistencia. Un país que carga con crisis políticas y heridas sociales encontró en 90 minutos un motivo para volver a sentirse grande. La pelota, una vez más, unió lo que parecía imposible.

Quizá el repechaje en México sea un Everest aún más alto que el propio El Alto, pero esta Bolivia ya demostró que no entiende de imposibles. El fútbol, como la vida, premia a los que creen y luchan. Y esta selección ya se ganó el derecho de soñar despierta.

Lo que ocurrió en Villa Ingenio será contado por años: “Yo estuve ahí”, dirán los que vieron el gol de Miguelito. Porque aquella noche del 9 de septiembre de 2025 no fue un partido más, fue el día en que Bolivia, a puro corazón, volvió a abrazar la esperanza de un Mundial.