Daniel Zovatto, Infolatam.- El sanguinario atentado en Noruega, perpetrado el pasado viernes 22, que arrojó más de 90 muertos y 100 heridos capturó la atención mundial, desplazando las noticias calientes que hasta ese momento disputaban nuestra atención: las declaraciones del magnate Murdoch y de su hijo James ante el Comité del Parlamento inglés por las escuchas ilegales; la pelea entre demócratas y republicanos para evitar que el próximo 3 de agosto Estados Unidos entre en suspensión de pagos, y el acuerdo europeo para salvar (¿por la última vez?) a Grecia y al euro.
En el momento de escribir este artículo (domingo 24 de julio), una Noruega atónita, desgarrada y en duelo entierra a sus muertos, mientras la investigación policial está en pleno curso. En los próximos días tendremos una idea más clara de los hechos y del perfil de su autor principal y cómplices potenciales. El horrible ataque (coche bomba en Oslo y ametrallamiento a sangre fría de más de 85 jóvenes en la Isla de Utoya) trae a mi mente la imagen del cuadro El grito (1893), pintado por el expresionista noruego Edvard Munch. El rostro inundado de pavor que refleja dicha obra es el que hoy, en mi opinión, describe mejor la tragedia nacional noruega más grave desde la Segunda Guerra Mundial.
¿Qué pudo haber llevado a Anders Behring Breivik, joven noruego de 32 años, a protagonizar semejante acto de barbarie en uno de los sitios más pacíficos, desarrollados y estables del mundo? Noruega, un hermoso y pequeño país de casi cinco millones de habitantes, que admiro, respeto y conozco muy bien, es una monarquía constitucional, rica en gas y petróleo, cuyos niveles de calidad de vida son los más altos del mundo. Además, entre otras cosas, sus tasas de corrupción son bajísimas; ocupa el primer lugar en el índice de desarrollo humano de las Naciones Unidas; es sede del premio Nobel de la Paz, y un actor de primera línea en la defensa de los derechos humanos, la igualdad de género, la protección del medio ambiente y la solución pacífica de los conflictos. Es, también, el país que más dinero aporta (en relación con su producto interno bruto) para la cooperación y el desarrollo internacional.
Las investigaciones preliminares caracterizan a Breivik como un fundamentalista cristiano, islamófobo, derechista y racista, enemigo acérrimo de las políticas liberales de inmigración. De sus propias declaraciones, en las cuales ha reconocido su autoría (sin admitir por el momento responsabilidad penal), califica a las mismas como “atroces pero necesarias”. De sus cuentas en Facebook y Twitter y de otros documentos recientemente incautados, van surgiendo evidencias que permitirán delinear el perfil psicológico de Breivik, sus creencias y el propósito de su accionar. Pero, quizás, habrá que buscar las pistas sociológicas de semejante acto de barbarie en las novelas de los escritores suecos Henning Mankell (y su famoso detective Kurt Wallander), y del ya fallecido Stieg Larsson, quienes describen sutilmente las pulsiones oscuras y el malestar que atraviesa a las, en apariencia, perfectas sociedades nórdicas, o en las novelas del noruego Jo Nesbo, quien describió en su obra Petirrojo un atentado de la ultraderecha.
Hay que tener presente que este atentado registra antecedentes en otros países nórdicos, si bien de menor calibre. Varios analistas han calificado este ataque como el “momento Oklahoma City” europeo, en alusión al ataque perpetrado por el militante de derecha estadounidense Timothy McVeigh quien, en 1995, detonó un camión bomba frente a un edificio del gobierno federal en la ciudad de Oklahoma, matando a 168 personas. Cabe señalar, asimismo, que los movimientos ultraconservadores de derecha europeos (que se caracterizan por un sentimiento de fuerte repudio, odio y xenofobia frente al Islam y la
inmigración) vienen fortaleciendo sus contactos y creciendo electoralmente en varios países, entre los que cabe mencionar a Holanda, Finlandia, Suecia y la propia Noruega. Y no conviene olvidar el asesinato, en 1986, del líder socialdemócrata sueco Olof Palme, entonces Primer Ministro; ese doloroso antecedente criminal que permanece todavía sin esclarecer.
¿Qué impacto tendrá esta masacre en el modo de vida de los noruegos?
¿Hasta qué punto logrará infundir miedo en una sociedad que hasta hace pocos días se creía inmune al terror y que era una de las más abiertas del mundo? ¿Cuál será el rostro y el perfil de Noruega como sociedad después de estos horribles atentados? En mi opinión, éste es el gran tema a observar; en otras palabras, cómo evolucionará la sociedad noruega en los próximos meses, en especial respecto de su capacidad para digerir esta tragedia sin afectar sus valores y principios fundamentales.
Lo que es seguro, si se confirma la autoría en solitario de Breivik, es que habrá cuestionamientos muy severos acerca de la debilidad de la seguridad noruega y de la falta de eficacia de sus servicios de inteligencia. La infravaloración de parte de los servicios secretos noruegos (PST), quienes subestimaron la seria amenaza que representaban los grupos radicales de extrema derecha, así como la demora de la policía en responder al tiroteo en la isla de Utoya, parecieran confirmar la veracidad de los informes estadounidenses filtrados por Wikileaks, los cuales advertían que el paraíso noruego no estaba preparado (por debilidad de su aparato de seguridad y exceso de confianza) para hacer frente a un ataque terrorista. La tragedia tendrá, asimismo, consecuencias previsibles en las elecciones locales de este año así como en el debate político nacional que en relación con este tema ya ha dado inicio.
Es igualmente probable que como consecuencia de estos atentados surjan voces que demanden (como ocurrió en Estados Unidos y en Reino Unido después de los atentados terroristas que afectaron a ambos países) mayor seguridad, mayores controles, disposiciones más represivas y regulaciones más restrictivas en materia de inmigración, libertad y derechos humanos.
El fanatismo de Breivik y su masacre a sangre fría han colocado a Noruega en esta encrucijada histórica. Si prevalece el miedo y la sociedad se cierra, entonces Breivik habrá logrado su objetivo
principal: estremecer, en lo más profundo, los valores que los noruegos más aprecian (su apertura, su seguridad, su libertad de expresión). Por el contrario, si los noruegos procesan su dolor y su temor, y preservan los valores y principios que los distinguen, entonces el grito de pavor y dolor que hoy desgarra a Noruega se convertirá en un grito de libertad.
De ahí que, conscientes de que (además de la tragedia humana) la consecuencia más grave de los atentados sería si éstos provocan un cambio negativo en el estilo de vida de Noruega, el rey Harald V y el primer ministro Jens Stoltenberg se apresuraron a hacer un llamado a la población a no doblegarse, a mantenerse unidos, a no tener miedo, y a responder a los atentados “con más democracia, más apertura, más humanidad, pero sin ingenuidad”.