Acaban de inaugurar un monumento al ex dirigente minero y ex parlamentario, Filemón Escobar en la ciudad de Catavi Potosí y rápidamente las redes sociales se llenaron de elogios, ensalzando al “gran líder”, al “luchador social”, al “paladín de la transformación” y una serie de alabanzas dignas de un santo.
El recuerdo más vivo que hay de Filemón Escóbar es lamentándose por el engendro que había creado, pues él fue el principal responsable de que Evo Morales se haya convertido en un líder nacional y que hubiera llegado a ser presidente. Él lo formó, lo asesoró, le dio base teórica, lo adoctrinó y lo entrenó en todas las estrategias de lucha, incluyendo bloquear por meses las carreteras, cercar ciudades, cometer actos terroristas e incluso asesinar.
Filemón Escobar siempre supo de los nexos que tenía Evo Morales y el movimiento cocalero con los narcotraficantes, sabía perfectamente que el 90 por ciento de la coca del Chapare tiene como destino el narcotráfico y aún así, usó a la “hoja sagrada” y al tráfico de drogas como instrumentos de liberación, sabiendo perfectamente también que el negocio de la cocaína jamás beneficia a los más débiles y que las mayores ganancias se quedan en los “dealers” de Nueva York, de Berlín o de Chicago.
Filemón Escóbar, como todos los dirigentes de su clase, que no son más que mafiosos de la política, no sólo distorsionan la realidad a su conveniencia con un asunto espurio como la droga (hasta Evo Morales dice estar asqueado con lo que está pasando), sino que también enajenaron la cultura y la mentalidad de todos los pueblos, distritos mineros y comunidades donde se instalaron estos pervertidos ideológicos, ques se vanaglorian de su gran solvencia intelectual que, sin embargo no les permite ver el daño que le han hecho al país.
La historia está llena de evidencias sobre el esplendor de Potosí, de vastas regiones de Chuquisaca, Oruro y otras zonas mineras donde cundió la mentalidad rentista, el paradigma estatista y, sobre todo, el veneno del socialismo y la revolución, que han convertido al mesianismo y al caudillismo en las fórmulas perversas de dominación de millones de campesinos, indígenas y obreros que sueñan con la redención que les proveerán estos vividores.
Lamentablemente hay muchos que todavía creen en estos malhechores. Los que se cansan de ellos, los que dejan de creer en sus falsas promesas, abandonan sus tierras y se van a Santa Cruz, a Buenos Aires o San Pablo, donde se convierten en propietarios, donde toman conciencia que pueden ser amos de su destino, donde descubren su verdadero potencial como agricultores, comerciantes, artesanos e industriales. Encuentran la libertad, que no es otra cosa que la ausencia de trabas y condicionamientos que pone el estado y sus cómplices, todos esos que tienen chapa de revolucionarios y que, por desgracia, también quieren trasladar su poder destructivo a las llanuras, así como lo hicieron en el Chapare.
Filemón Escobar siempre supo de los nexos que tenía Evo Morales y el movimiento cocalero con los narcotraficantes, sabía perfectamente que el 90 por ciento de la coca del Chapare tiene como destino el narcotráfico y aún así, usó a la “hoja sagrada” y al tráfico de drogas como instrumentos de liberación, sabiendo perfectamente también que el negocio de la cocaína jamás beneficia a los más débiles y que las mayores ganancias se quedan en los “dealers” de Nueva York, de Berlín o de Chicago.