
Ha sido doloroso ver a los indígenas de tierras bajas volver trepados en un camión a sus hogares, luego de haber esperado durante más de tres meses que el presidente Luis Arce les brinde al menos un minuto de su tiempo para escuchar sus demandas. No consiguieron reunir ni siquiera para un retorno digno y tuvieron que viajar como si fueran animales. Luego de marchar durante cuarenta días, esperaron dos meses alojados en un coliseo, donde dormían en el piso y comían gracias a la caridad de personas de buena voluntad.
Durante este tiempo, varios de ellos se contagiaron de Covid, su líder, Marcial Fabricano, tuvo que ser internado en un hospital, pero nada logró conmover al gobierno que paradójicamente se hace llamar “indigenista”, siempre y cuando no se critique su política depredatoria y nadie cuestione el constante divisionismo que impulsa entre las organizaciones, justamente para debilitar a los originarios.
Mientras los auténticos indígenas esperaban las ganas de Luis Arce, el presidente se trasladó hasta Santa Cruz para reunirse con unos dirigentes impostores y lo hizo nada más que para provocarlos y hacer un gesto de desprecio. El vicepresidente Choquehuanca hizo lo propìo con organizaciones que se hacen llamar “interculturales”, pero que no son otra cosa que avasalladores, impulsores de la coca ilegal y que se prestan constantemente para integrar grupos de choque y ejecutar acciones violentas.
En la semana que duró la marcha encabeza por el cocalero, entre Caracollo y La Paz, Luis Arce y David Choquehuanca estuvieron tanto en la largada como al finalizar, y precisamente, los “interculturales”, esa agrupación que ha venido a suplantar a los verdaderos indígenas, tuvieron un sitial importante en la ceremonia de clausura del evento, en la que no dejaron de amenazar con destruir, algo que vienen haciendo desde hace años, con los incendios, las invasiones de los territorios ancestrales y los parques naturales y la depredación de bosques que convierten en zonas rojas del narcotráfico.
Pese a su intento de demostrar fuerza, la marcha organizada por algunos sectores masistas sólo consiguió desnudar las propias debilidades y contradicciones del régimen. El “proceso de cambio” no sólo ha perdido credibilidad frente a los indígenas y los campesinos, dos sectores que siempre le dieron identidad al MAS, sino también con los cocaleros de Los Yungas, fuertes aliados que acaban de darle un duro escarmiento al gobierno. Lo mismo pasó con los gremiales y transportistas, autores de la más reciente derrota política, aunque el oficialismo trate de ocultarlo y disimularlo a toda costa, estrellándose contra Santa Cruz.
En realidad, el MAS selló su destino y comenzó su declive cuando traicionó de manera burda su esencia, con la represión de Chaparina, en septiembre de 2011. Los bolivianos no toleraron semejante abuso contra los indígenas del Tipnis y hasta los más fieles se desilusionaron del gobierno. Lo que acaba de pasar es otro capítulo más de las patrañas del gobierno que le pasará una abultada factura.
Mientras los auténticos indígenas esperaban las ganas de Luis Arce, el presidente se trasladó hasta Santa Cruz para reunirse con unos dirigentes impostores y lo hizo nada más que para provocarlos y hacer un gesto de desprecio.