
Santa Cruz es el departamento más colla de Bolivia. En esta región vive una cantidad inmigrantes paceños, potosinos, chuquisaqueños, orureños y cochabambinos superior a cualquier otro lugar del mundo.
La influencia cultural del occidente se la ve en todos lados, en la comida, la música, la arquitectura. Aquí se baila más el tinku que el taquirari y se come más picante de gallina y fricasé, que locro y majau. Los agricultores provenientes de las tierras altas están entre los que más producen soya, arroz o maíz y seguramente son dueños de millones de hectáreas productivas, cuya tenencia nadie cuestiona.
El comercio mayorista y minorista es de ellos. Dominan todos los rubros y en el campo empresarial, en la construcción, la industria, la pequeña, la mediana y la grande son también los “emperadores” de la economía cruceña.
Antes de la llegada de este régimen odiador y promotor de conflictos, a nadie se le hubiera ocurrido que Santa Cruz era víctima de una suerte de “colonización”, “aymarización” o cualquiera de las estupideces que hoy se mencionan en algunos círculos muy pequeños, pues la gente común nunca renegó de la explosión migratoria cruceña, salvo para indicar la desorganización, la falta de políticas públicas para enfrentar este fenómeno o para reclamarle al centralismo que ayude a soportar la tremenda carga que implica este aluvión que no se ha detenido desde los años 50.
En estos 70 años jamás se ha producido en Santa Cruz un crimen de odio, salvo los que ocurrieron con la invasión de milicianos promovida por el gobierno, que causó horror durante las luchas cívicas por las regalías, el asesinato de dos dirigentes cívicos en San Julián, en los años ochenta, la masacre del joven Edson Ruiz, durante el cerco de los masistas en 2008 y la muerte de Marcelo Terrazas y Mario Salvatierra, en Montero, en 2019, a manos de hordas enviadas por el cocalero a aterrorizar a los ciudadanos que defendían su voto contra el fraude.
¿Qué quiere hacer el gobierno con la invasión de la Chiquitania, los incendios, el enfrentamiento con comunidades indígenas y el incentivo de la violencia que ya ocasionó la muerte de un indígena chiquitano? Lo que busca es criminalizar a la gente del oriente boliviano, hacerla ver como intolerante, racista y excluyente. Quiere hacer hervir el odio en estas tierras. Ese un acto criminal que hay que denunciarlo todos los días, pues no sólo es una afrenta contra los “enemigos”, sino también contra la gente que ha venido desde lejos a buscar un ambiente de paz y de libertad.
Si consiguen sus oscuros propósitos, los aventureros terminarán destruyendo una estructura productiva que hoy pertenece a gente que precisamente huyó de los nefastos esquemas que imperan en el Chapare y muchos otros sitios donde nadie goza de la tranquilidad de trabajar en paz.
Si consiguen sus oscuros propósitos, los aventureros terminarán destruyendo una estructura productiva que hoy pertenece a gente que precisamente huyó de los nefastos esquemas que imperan en el Chapare y muchos otros sitios donde nadie goza de la tranquilidad de trabajar en paz.