
El mundo quedó pasmado cuando se enteró que Evo Morales mandó a cercar las ciudades, a cortar los suministros y evitar el paso de alimentos, durante los conflictos de octubre y noviembre de 2019. Posteriormente hizo lo mismo con los camiones cargados con oxígeno, en pleno auge de la primera ola de la pandemia, cuando muchos compatriotas morían en los hospitales y en las calles asfixiados por falta de este valioso material.
Muy tarde se ha dado cuenta la comunidad internacional de la calaña de dictador que tuvimos durante 14 años, pese a que durante varias décadas, las armas de lucha favoritas del cocalero consistían en martirizar al pueblo con prolongados bloqueos, con cercos y todo tipo de hechos violentos que siempre ha usado la izquierda y que frecuentemente son considerado legítimos, pues supuestamente están destinados a reivindicar a los más humildes.
Con esa mentira el socialismo mantiene vigencia pese a todas las atrocidades cometidas a lo largo y ancho del mundo y en el caso que nos toca, no sólo estamos en manos de un proyecto político que no mide consecuencias, sino de una organización criminal ligada al narcotráfico con profunda vocación genocida, tal como se ha podido desprender de las revelaciones que se han hecho últimamente, corroboradas con todas sus letras por el propio Evo Morales.
Con lo que ya se sabe ahora, el fraude perpetrado por Morales fue nada más que un pretexto, una provocación destinada a agitar las aguas del país y arremeter con toda la fuerza de las armas posteriormente, instalar una dictadura con amplio respaldo militar, con la actuación de milicias, grupos de choque y vaya a saber qué tenían en la mente aquellos facinerosos que intentan hoy vengarse de quienes les arruinaron esos planes macabros.
El cocalero quería “incendiar La Paz”, trasladar miles de cocaleros para enfrentarse a quienes defendían pacíficamente el voto en las calles, quería entregarle el poder a un militar, su intención era vaciar el Congreso, dejar al país en medio del desastre para luego jugar el papel de pacificador y convertirse así en el tirano que siempre quiso ser. La movida es demasiado parecida a la que urdió Hugo Chávez en 2002 y que abrió las puertas a una dictadura que persiste hasta hoy. El propio Evo Morales lo ha confesado cuando admitió abiertamente que recibía instrucciones de Cuba.
No hace falta creer en las palabras de un general o en las jactanciosas declaraciones de Morales que no oculta su tendencia golpista y destructiva. Basta ver lo que pasó en noviembre de 2019, el terrorismo que se desató esos días, el comportamiento de las huestes que gritaban “guerra civil”, entre las cuales se produjeron muertes provocadas por sus propios compañeros. Sólo un milagro impidió que en El Alto se produzca una catástrofe sin precedentes, pues los seguidores de Morales tenían instrucciones de hacer volar la planta de gas de Senkata.
Todo esto prueba que el ex presidente es un genocida en potencia, que su apetito por el poder lo puede llevar a cometer cualquier hecho siniestro con tal de salirse con la suya. Bolivia tiene que hacer todo lo que esté a su alcance para neutralizar a este peligroso personaje.
Todo esto prueba que el ex presidente es un genocida en potencia, que su apetito por el poder lo puede llevar a cometer cualquier hecho siniestro con tal de salirse con la suya. Bolivia tiene que hacer todo lo que esté a su alcance para neutralizar a este peligroso personaje.