En la campaña pasada el electorado nacional tenía tres opciones: Un economista, un intelectual y un empresario. En tiempos de apuro económico, como los que hemos vivido, ¿por quién estaría dispuesto a votar? Para una decisión coherente no se necesitaba ser del partido cocalero, ni ser adicto a la lectura, ni ser un miembro de la logia cruceña.
Es cierto que aún flota en el aire la duda. Pero si hemos de ser un poco lógicos, con sólo abrir los ojos a la realidad ya tenemos la respuesta. Había varios factores, pero el decisivo, el que inclinó la balanza, fue sin duda el económico. Más que un político de borrosa trayectoria, más que un intelectual brillante y, en fin, más que un empresario imprevisible, el hombre preciso del momento era aquel que sabía de empleos, de trabajo, de dinero. Lector, si necesitas de un albañil, no vas a llamar a un zapatero.
A principios de este mes, el Lic. Arce se alzó en hombros el peso pesado de un desafío descomunal. Pasadas las ceremonias aparatosas del relevo, los problemas están esperando a la puerta. Junto al principal que se extiende por delante, hay también otros de parecida magnitud, como la escuela paralizada, por ejemplo. En ninguna parte se ha aplicado una medida como ésa, tan radical y tan desprovista de responsabilidad ministerial.
El economista subió al podio de la fama en medio de una enorme expectativa. Su candidatura fue ciertamente el resultado de un cálculo político acertado, pero lo que sigue está plagado de potenciales disputas internas. Detrás del principal hay un grupo influyente que asesora. Los productores de coca y sus derivados no están ausentes de esa instancia, por su puesto. Sin embargo, “Si quiere venir que venga, será bienvenido, pero no será parte del gobierno”, dijo el nuevo mandatario. Pero el Legislativo, que es tan poder como el Ejecutivo, ya estaba en manos de los cocaleros.
La intención explícita del caudillo es seguir activo en la política y en el sindicalismo, y parece que fuera una respuesta a la advertencia presidencial. En algún momento podría plantearse la cuestión de quién prohijó al candidato; pero es verdad también que sin el caballo del corregidor, éste no hubiera podido ganar la batalla. Cuando les prohibieron manipular la dinamita, los mineros respondieron: con ella pusimos a Evo en la silla que ocupa.
En su primer discurso, Luis Arce utilizó una frase llamativa. Dijo que era un apasionado por la justicia. Tendrá más adelante la oportunidad de demostrarlo. Pero al pronto, más parece una postura retórica. La pasión es el signo más agudo de la vida, y casi siempre deja algún testimonio. Impulsados por ella, los novios se encaminan felices a su inmolación nupcial.
En la zorra y las uvas, Esopo siente la pasión por la libertad y la persigue sin tregua: “Prefiero morir como hombre libre que seguir viendo como esclavo”, dice. Y la justicia, su grotesca parodia más bien, es una de las mayores vergüenzas de Bolivia. Para corregirla, es preciso apartarla de la política, esa gran corruptora. No se puede realizar esa magna tarea si es que no hay una buena dosis de valentía. ¿Lo tendrá el actual gobierno?