
Los especialistas coinciden en que la economía está ausente del debate electoral y obviamente ocurre así por una suerte de acuerdo no escrito entre el oficialismo la oposición. El Gobierno no quiere que nadie sople sobre el castillo de naipes que sostiene “el modelo”, mientras que los del bando opuesto parecen dispuestos a mantener todo como está (bonos, nacionalización, tipo de cambio, empresas estatales, etc.) y limitarse sólo a recortar “lo que ya es demasiado”. También hay quienes creen que una buena dosis de manos limpias puede hacer la diferencia y salvar a Bolivia del desastre que vienen anticipando numerosos expertos.
Nadie está hablando del déficit público, es decir, de los tres mil millones de dólares anuales que el Gobierno gasta por encima de los ingresos y que en los últimos años ha sumado más de 12 mil millones de dólares financiados con préstamos a sola firma del Banco Central, con endeudamiento externo (el mayor de la historia nacional) y con la merma de las reservas internacionales. Poco se menciona la caída de las exportaciones, la reducción de la producción y venta de gas, de las reservas hidrocarburíferas, del aumento vertiginoso de las compras de gas gasolina y diésel; del contrabando que nos inunda por la falta de competitividad de nuestros productos y naturalmente, el reclamo sobre el derroche que mantiene el régimen es poco en comparación con lo que se sigue gastando en superficialidades.
El Gobierno ha sido muy eficiente en mantener la idea de que todo va bien porque hay plata en el bolsillo de la gente, que hay circulante, hay un aceptable nivel de consumo, el dólar no sube y los precios se mantienen relativamente estables. Por otro lado, los economistas no han logrado convencer a la población pues desde hace años vienen pronosticando un aterrizaje forzoso y no son pocos los que vaticinan un escenario parecido al de Venezuela o cuando menos al de Argentina.
La mentalidad del boliviano común es inmediatista, el grueso de la población vive del “día a día” y naturalmente, la inmensa mayoría no dispone de la información para sacar sus propias conclusiones, aunque a juzgar por esa “inteligencia económica” que huele los malos vientos y que actúa por intuición, hay una gran porción de ciudadanos que ya tomó sus previsiones, ha buscado los refugios correspondientes y eso lo sabe muy bien el sector financiero. El resto se mantiene confiada en que se mantendrá ese “piloto automático” que funciona desde hace más de treinta años, pues la estabilidad macroeconómica no es un patrimonio ni tampoco un logro del régimen actual. En todo caso, se están haciendo grandes esfuerzos por tirar por la borda esa gran conquista de la democracia.
Y ya que nadie habla de economía, es el fuego el que se hace escuchar y que pone algunos temas sobre el tapete. Los incendios de la Chiquitania hablan de un régimen desesperado por buscar una nueva “gallina de los huevos de oro” porque la era del gas ya se le esfumó. Como el Gobierno no sabe producir ni generar producción, le mete nomás con un sistema suicida de ampliación de la frontera agropecuaria, con resultados muy dudosos y que en el mejor de los casos tomará mucho tiempo.
Nadie está hablando del déficit público, es decir, de los tres mil millones de dólares anuales que el Gobierno gasta por encima de los ingresos y que en los últimos años ha sumado más de 12 mil millones de dólares financiados con préstamos a sola firma del Banco Central, con endeudamiento externo (el mayor de la historia nacional) y con la merma de las reservas internacionales.