
Una cruz de neón corona la pequeña parroquia en el pueblo mexicano de Michoacán. Por la puerta entra un señor muy alto, fornido, con cazadora de antílope y botas de serpiente. En una mano lleva un código de derecho canónico y en el cinto un viejo revólver.
Alfredo Gallegos, el Padre Pistolas, es el irreverente cura de un pueblo de Michoacán que oficia misas armado. "¿Por qué lo llevo? El otro día me preguntó lo mismo un policía y le dije la verdad: para defenderme de pinches rateros como él", dice camino del púlpito.
Carga contra narcotraficantes. Pistolas, de 64 años, vive en los márgenes de la jerarquía católica, predicando con palabras sencillas en un rebaño de ancianas, jornaleros, beatas y al menos un borracho al que cazó en la entrada: "Tú ya vienes pedo, güey". El párroco carga sin respiro contra sus superiores eclesiásticos, contra los narcotraficantes que han convertido Michoacán en un polvorín, y su verbo alcanza hasta al presidente mexicano Enrique Peña Nieto.
La simpleza de sus sermones. Día de lucirse, el padre recurre a un clásico, las tentaciones de Jesús en el desierto, donde estuvo solo, "sin agua ni tequila". Los jóvenes de ahora también son seducidos por el demonio: "Son cachorrillos criados sin madres, que están en el norte trabajando, y el narco les ofrece mil pesos. Como no tienen cariño, nadie les dio pecho, acaban vendiéndose al dinero. Yo, en cambio, tomé el pecho hasta los dos años", cuenta sin escatimar en detalles.
El discurso del Padre Pistolas no es fácil de seguir. Le encanta el name-dropping. Comienza una frase con Cuauhtémoc Cárdenas y la acaba con Luis Miguel. ¿Qué tienen en común? Ambos van a morir, como todos los que estamos escuchando. O como Casildo, un vecino feliz, realizado, creyente, ejemplar, que fue la semana pasada a cambiar una pieza del coche y murió en el taller de un ataque fulminante al corazón. Así de efímera es la vida.
Los narcos le pusieron precio a su lengua. El párroco sujeta el micrófono con un cinturón atado alrededor del cuello. En la puerta hay dos altavoces que esparcen sus palabras por las calles vacías del pueblo. No ahorra críticas a sus colegas de profesión. A muchos los considera "vendidos al poder", a bordo de coches sospechosamente caros, encamados con mujeres que son algo más que amas de llaves.
En Michoacán levantar la voz contra el narco te puede costar la vida, aunque lleves alzacuellos. En la diócesis de Apaztingán, epicentro del conflicto entre autodefensas y el cártel de Los Caballeros Templarios, cinco sacerdotes han sido asesinados en los últimos quince años. El Padre Pistolas vio el final bastante cerca durante una época, y se recogió en un voto de silencio que se prolongó durante seis años. Supo que los templarios le habían puesto precio a su lengua.
Esperanza Guzmán, de 64 años, está en primera fila. Por su rictus, no es de las que se pone al fondo a cuchichear con las amigas. "Esta iglesia estaba abandonada y él la rescató. Hay otra que también está arreglando. Al principio chocaban sus groserías pero ya estamos acostumbradas", dice en esta conversación furtiva.
El Padre Pistolas no tuvo la oportunidad de cruzarse con Bergoglio. Se mantuvo lo más alejado posible de los tres actos en los que participó Francisco. El establishment clerical desconfía de un cura que ha sido suspendido dos veces por desobediencia.
Prevención
Consejos para curas en zonas de conflicto
Iglesia. Desde la Iglesia mexicana sí existen recomendaciones para los sacerdotes en zonas de conflicto.
La clave es la prudencia. El arzobispo de Acapulco, Carlos Garfias Merlos, rechaza que se traten de ataques directos contra la Iglesia, pero admite que "en un momento una mala palabra dicha por un padre provoca que lo busquen para matarlo".