Editorial

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El triunfo de José Antonio Kast en Chile es una nueva señal política para una región cansada de promesas incumplidas, Estados hipertrofiados y discursos morales que no resuelven la vida real...

Editorial | | 2025-12-16 00:19:27

El triunfo de José Antonio Kast en Chile es una nueva señal política para una región cansada de promesas incumplidas, Estados hipertrofiados y discursos morales que no resuelven la vida real. La victoria de Kast representa la recuperación del sentido común en el ejercicio del poder.

Chile castigó con claridad el fracaso del experimento refundacional de la izquierda. El gobierno de Gabriel Boric no cayó por una conspiración ni por “fake news”, sino por su incapacidad para responder a las prioridades básicas de la ciudadanía: seguridad, crecimiento, empleo, control migratorio y estabilidad institucional. Cuando el Estado deja de garantizar orden y reglas claras, la libertad —económica y civil— se vuelve una promesa vacía.

El dato clave no es la etiqueta ideológica, sino el giro de prioridades. Kast no ganó prometiendo un paraíso, sino ordenando la casa: autoridad del Estado, respeto a la ley, incentivo a la inversión, desregulación razonable y recuperación del crecimiento. No hay libertad posible en medio del caos ni derechos sostenibles sin una economía que los financie. Chile, que alguna vez fue el ejemplo regional de estabilidad, decidió volver a ese camino.

Para América Latina, y especialmente para Bolivia, esta victoria tiene un significado adicional. Venimos de dos décadas de un régimen de izquierda que concentró poder, colonizó instituciones, persiguió disidencias y confundió justicia social con control político. Salir de una dictadura “progresista” no es solo cambiar de gobierno: es reaprender a vivir en libertad. En ese proceso, mirar a Chile resulta inevitable.

Será interesante observar cómo dos gobiernos que dicen representar la libertad comienzan su gestión casi al mismo tiempo: Kast en Chile y una nueva etapa en Bolivia tras el colapso del ciclo autoritario de izquierda. No se trata de copiar modelos, sino de compartir principios: límites al poder, respeto a la propiedad privada, independencia institucional y apertura al mundo.

El nuevo mapa regional también importa. Con Milei en Argentina, Kast en Chile, Bukele en El Salvador y un Trump nuevamente influyente en Washington, se configura un eje que prioriza seguridad, soberanía y crecimiento frente al relativismo ideológico del socialismo del siglo XXI. A los críticos les gusta hablar de “ola ultra”; los ciudadanos, en cambio, votan buscando soluciones concretas. La inflación, el crimen y la migración descontrolada no se combaten con consignas, sino con decisiones.

Para Bolivia, este escenario abre una oportunidad estratégica. Un Chile gobernado con criterios liberales puede convertirse en un socio clave para la reconstrucción económica, la integración comercial y la cooperación en seguridad. Además, debilita el viejo relato según el cual solo la izquierda garantiza democracia. La alternancia pacífica, el respeto al resultado y la institucionalidad chilena desmienten ese mito.

Chile decidió cerrar el ciclo del victimismo político y volver a hablar de responsabilidad, orden y libertad. Para América Latina, y para una Bolivia que busca dejar atrás el autoritarismo disfrazado de justicia social, ese mensaje llega en el momento justo. No es el fin de la historia, pero sí el comienzo de algo que hacía falta: gobiernos que recuerden que la libertad no se declama, se gestiona.

Chile decidió cerrar el ciclo del victimismo político y volver a hablar de responsabilidad, orden y libertad. Para América Latina, y para una Bolivia que busca dejar atrás el autoritarismo disfrazado de justicia social, ese mensaje llega en el momento justo.