En estos momentos la conflictividad mundial sigue a la orden del día. Las guerras y las amenazas a la paz son múltiples y no hay gobernanza global que las controle ni un orden jurídico que se respete en todo el globo. Es un problema multidimensional que nos afecta de alguna u otra manera a los habitantes de cualquier parte del mundo y los líderes mundiales parecen haberse olvidado del horror de la Segunda Guerra Mundial y los compromisos por la paz y seguridad internacionales que se hicieron a su fin.
Hago mención nuevamente, como en años anteriores, al informe sobre gastos militares que publica el Instituto Internacional de Investigaciones para la Paz de Estocolmo (SIPRI), el cual refleja que el gasto militar mundial registra el mayor aumento desde el fin de la Guerra Fría.
Efectivamente, el gasto aumentó a 2.718 mil millones de dólares en 2024, el décimo año consecutivo de aumentos. Los 15 países con mayor gasto militar en 2024 incrementaron su gasto militar. La carga militar mundial —la proporción del producto interior bruto (PIB) mundial destinada al gasto militar— aumentó a 2,5% en 2024. Este año reflejará probablemente un aumento similar o mayor.
Esto significa que la guerra es un negocio para un número selecto de actores, quienes obtienen beneficios económicos a través de la financiación, la producción de armas, los contratos de logística y la privatización de la guerra. Este fenómeno se conoce como el complejo militar-industrial que se beneficia de conflictos para generar ganancias, mientras que los gobiernos buscan controlar recursos estratégicos y las economías se fortalecen a través de la venta de equipamiento bélico.
Actualmente las ventas de armas y servicios militares de las principales 100 empresas del sector alcanzan cifras astronómicas, aumentando significativamente con la escalada militar global. Los bancos y entidades financieras también participan, invirtiendo miles de millones en estas empresas de armamento, generando ganancias a través de la financiación de la producción armamento.
Pero, por otro lado, también vemos que existe un contraste muy grande cuando los líderes de las grandes potencias mundiales hacen llamados por la paz (incluso Donald Trump aspira al Nobel en ese renglón), a la vez que sus economías crecen de manera importante por el rearme y las ventas, dando impulso a los sectores conexos como energía y minerales estratégicos, además de los efectos en los mercados bursátiles y la deuda pública.
Ahora bien, no vamos a pensar que solamente es un negocio para los países productores. Millones de dólares llegan a manos de gobernantes y cúpulas militares corruptas en el Sur. En Latinoamérica y África no solo ha sido una práctica común de muchos países sino también el tráfico ilegal de armamento y su pago a través de oro, diamantes u otros minerales extraídos bajo esquemas igualmente corruptos. Para los autócratas no productores de armas, a la par de las guerras son también los potenciales conflictos que alegan como parte de la lógica perversa para aferrase al poder, lo que les genera obscenos ingresos.
A pesar de los beneficios para algunos sectores, la guerra tiene un impacto devastador a nivel global y social como hemos dicho en otras oportunidades: la pérdida de vidas humanas es lo más doloroso. Igualmente, interrumpe el comercio internacional, genera incertidumbre y puede causar recesiones económicas significativas. Sus efectos en la cooperación internacional generan preocupación para el sur por las consecuencias negativas al desplazar recursos de los programas como la alimentación, la salud, la educación y la infraestructura social. También el aumento del gasto militar va a dificultar el logro de los Objetivos del Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas porque los recursos invertidos podrían afectar la lucha contra el cambio climático y otros problemas globales.
Lamentablemente, el uso de la fuerza es una necesidad en contra del terrorismo, el crimen transnacional y el narcotráfico. Estas actividades contrarias a la vida y el bienestar de la humanidad no se pueden combatir de otra manera y así ha quedado demostrado en el tiempo.
Esperemos que, en el mensaje, presencial o virtual, de nuestra líder María Corina Machado en la ceremonia de Oslo, tenga en cuenta estas preocupaciones puesto que en ellas están contenidas las esperanzas de millones de seres humanos en el planeta por la cantidad de conflictos injustos que sufren.