Editorial

IA: el riesgo de llegar tarde

Bolivia discute inflación, déficit, elecciones, justicia, tierras, carreteras y petróleo. Pero mientras seguimos atrapados en los mismos dilemas del siglo XX...

Editorial | | 2025-12-03 06:56:27

Bolivia discute inflación, déficit, elecciones, justicia, tierras, carreteras y petróleo. Pero mientras seguimos atrapados en los mismos dilemas del siglo XX, el mundo avanza hacia un cambio que puede redefinir la productividad, la educación, el empleo y la estructura misma del Estado: la inteligencia artificial. No es exageración. Es la revolución tecnológica más profunda desde la electricidad y Bolivia la está observando desde la vereda, sin rumbo, sin estrategia y sin conciencia de su urgencia.

El debate internacional oscila entre dos polos: quienes quieren frenar la IA porque temen que elimine empleos, manipule información o derive en autoritarismos digitales; y quienes la impulsan porque ven en ella la oportunidad más grande para elevar la productividad, reducir pobreza y expandir el acceso al conocimiento.

Un país como Bolivia, con brechas educativas enormes, baja productividad estructural y un Estado que suele confundir regulación con control político, puede convertirse en víctima de una IA mal aplicada o en un país que desperdicia su potencial por miedo o ignorancia. Pero también puede —si actúa a tiempo— dar un salto histórico como nunca antes.

Para empezar, la educación. Hoy Bolivia tiene una brecha de aprendizaje que no se corrige ni con más currículo, ni con más horas de clase, ni con más discursos. La IA puede convertirse en un tutor personalizado para niños en zonas rurales, un asistente para docentes con carga excesiva y una herramienta para crear materiales adaptados a cada nivel. No necesitamos inventar nada: sólo adaptar, capacitar y pilotear. La IA no reemplaza al maestro; lo potencia. Y sin esto, la brecha educativa no sólo se mantiene, se agranda.

Segundo, la productividad. Bolivia produce poco no por falta de talento, sino por falta de herramientas, procesos y tecnología. La IA puede automatizar tareas repetitivas, reducir tiempos administrativos, mejorar cadenas de producción agropecuaria, optimizar riego, predecir enfermedades en cultivos y abrir nuevos nichos de exportación digital. Esto no requiere fábricas gigantes, sino capacitación, conectividad focalizada y ecosistemas universitarios y empresariales que trabajen juntos.

Tercero, la gobernanza y los riesgos. Si Bolivia no diseña reglas claras, correrá dos peligros: que el Estado use la IA para controlar, vigilar o castigar —algo incompatible con la democracia— o que grandes empresas extranjeras manejen nuestros datos sin transparencia ni beneficios locales. La clave es simple: evitar el “socialismo tecnológico”, donde la IA se vuelve una herramienta de centralización y dependencia, y evitar también la “colonización digital”, donde el país consume sin crear.

Cuarto, el talento y la oportunidad empresarial. Bolivia tiene universidades con programas en IA, jóvenes que aprenden por su cuenta, startups dispersas y un ecosistema que sobrevive pese a la falta de políticas públicas. Con una estrategia mínima puede florecer un mercado local de soluciones tecnológicas útiles, escalables y exportables.

La pregunta ya no es si debemos adoptar la IA. Es si queremos que Bolivia siga siendo un país que reacciona veinte años tarde a todo, o uno que entiende que el futuro no espera a nadie.