Quién diría que en menos de dos semanas el gobierno de Rodrigo Paz lograría algo histórico: hacer que los bolivianos extrañemos la coherencia… del caos anterior. Sí, así de mal están las cosas.
Porque mientras el país se cae a pedazos entre crisis social, económica y moral, en la Casa Grande del Pueblo no parece haber un gobierno, sino un reality show mal producido, donde el guion cambia según el berrinche del vicepresidente o las ocurrencias del señor que juró que “no era político” ni “socialista”, pero que ahora anda abrazado a Rodrigo como si fuera su amuleto electoral.
Y así vamos, con el “protector” Lara y su mascota jurídica: Vidovic. Empecemos por la gran postal de la semana: Lara cubriendo a Vidovic como si fuera un perrito abandonado al que había que rescatar de la lluvia.
El ministro con sentencia escondida, el vicepresidente defendiendo lo indefendible y la credibilidad del gobierno evaporándose como si nunca hubiera existido. Pero claro, en la Bolivia de la “nueva esperanza”, esconder información y omitir fallos judiciales es casi un requisito para entrar al gabinete.
La cereza del pastel fue ver a Lara llegar de Brasil, hinchado de poder, anunciando que Vidovic trabajará en la Vicepresidencia, dándonos el mensaje más sincero del nuevo gobierno: “Aquí no importa la ética; importa la lealtad entre compadres.”
¿El Ministerio de Justicia está desapareciendo por acto de magia… o de vergüenza? Cada uno tendrá su interpretación. Como si fuera poco, el ministerio que Lara defendía como si fuera su herencia familiar simplemente desapareció el jueves, con amenazas de juicio penal de por medio contra el “paco desbocado”.
¿El motivo? Fácil: cuando no podés justificar una metida de pata monumental… eliminás el ministerio y listo. Un truco digno del circo. Pero lo grave no es solo la desaparición; lo grave es el mensaje: un gobierno que promete institucionalidad destruyendo instituciones a la primera crisis.
Eso no es firmeza. Eso no es liderazgo. Eso es pánico político disfrazado de decisión ejecutiva.
Las viejas manos de siempre: Murillo, Samuel, Jeanine… el elenco reciclado aparece de nuevo en escena. Rodrigo Paz parece no haber aprendido nada de nuestra tragedia reciente.
Porque, ¿quién en su sano juicio coloca en cargos de relevancia a los mismos personajes que hundieron al país con Jeanine, Samuel y compañía? ¿Quién se rodea de samuelistas, exoperadores de un gobierno cuestionado y de los mismos que hicieron del Estado una kermesse de favores personales?
Solo alguien que todavía no entiende que la gente votó para salir de ese pasado, no para repetirlo con nuevos disfraces.
La influencia de Samuel no es más que el abrazo que mata. Con su eterna capacidad de caer parado y su título honorífico de “empresario que finge ser socialista”, vuelve a estar demasiado cerca del poder. Y cada minuto que pasa al lado de Rodrigo, el presidente pierde cinco puntos de credibilidad, tres de ética y un pedazo de futuro.
Un mandatario que empieza su gestión con Samuel al oído y Lara al cuello… solo puede terminar como terminó aquel “gobierno de transición”: en desgracia y sin rumbo.
Más aún cuando el vicepresidente —una fábrica de problemas con patas— sigue actuando como influencer con uniforme reciclado: declarando, peleando, llorando, transmitiendo en vivo, defendiendo delincuentes con más pasión que a la Patria y ahora contándonos de los cuernos que su mejor amigo le regaló.
Lara no suma. Lara no ayuda. Lara erosiona, y a un ritmo que ya preocupa, mostrando un gobierno sin solvencia moral, sin decisiones firmes y sin brújula.
Hoy Bolivia no ve liderazgo. No ve rumbo. No ve firmeza. Ve un gobierno que se deja manipular por malas compañías, un presidente que titubea ante el caos que generan sus aliados y un vicepresidente que parece haber entendido el poder como si se tratara de un set de TikTok.
Y mientras ellos juegan a ser estadistas, el país se hunde:
– en crisis económica,
– en caos social,
– en incertidumbre política,
– y en la sensación amarga de que la “esperanza” duró menos que un titular de prensa.
Bolivia necesita gobernantes, no payasos. No necesitamos actores secundarios disfrazados de libertadores. No necesitamos ministros con prontuario ni vicepresidentes con delirios épicos. No necesitamos a Samuel respirando en el oído de un presidente temeroso.
Necesitamos firmeza. Necesitamos valentía. Necesitamos moral. Necesitamos gobernantes. Porque si Rodrigo no corta de raíz las malas influencias, la historia ya tiene escrito su final: otro gobierno que llegó como esperanza… y terminó como chiste.