El año 1982 redacté uno de mis primeros artículos en la prensa nacional, referido a la entonces mejor opción del mecanismo para determinar y definir cómo se valoriza el tipo de cambio de nuestra moneda nacional (hoy el Boliviano, Bs.) en relación al dólar y, actualmente, al euro, la libra esterlina, las criptomonedas u otras monedas.
Esta decisión es crítica y una de las más importantes de cualquier país del mundo, ya que definirá sus prioridades de producción, en especial la exportación e importación de bienes y servicios. El ciudadano común entiende muy bien este aspecto y lo visualiza como el termómetro de la economía nacional. Para ello, el Banco Central de Bolivia (BCB) deberá recuperar y actualizar sus capacidades y atribuciones como operador de las políticas cambiarias y monetarias diarias, sin interferencias políticas de los gobiernos de turno.
Por ello, vuelvo a proponer un sistema de flotación sucia, que en pocas palabras se define como aquel que exhibe su precio (el valor del dólar principalmente) en base a la oferta y demanda vigentes entre ambas monedas, el boliviano y el dólar americano. Con la diferencia de que, cuando el BCB observa que los parámetros definidos internamente sobrepasan el límite máximo, inyecta o vende dólares; o si bajan al límite mínimo, el dólar disminuye de valor y el BCB inyecta o vende bolivianos. En pocas palabras, el libre mercado determina el parámetro inicial, y el BCB evalúa si interviene vendiendo o comprando dólares.
¿Por qué es importante esto? Porque la prioridad hoy es exportar y generar divisas. Ya pasamos por una era absurda y contradictoria: la de definir un tipo de cambio fijo. Este, al quedar obsoleto, se convirtió en un incentivo para importar todo lo posible con un dólar tan barato que hasta pan manufacturado en el exterior ingresó por nuestras fronteras. Hoy, la prioridad ya no es la importación, sino la exportación. Si el tipo de cambio es muy bajo, se incentiva la importación y la exportación deja de ser factible por los altos costos, ocasionando el cierre de empresas y despidos (una verdadera fábrica de producción de informales, como suelo llamar a lo sucedido con la vieja Bolivia). Así se inicia el ciclo vicioso al que tantas veces me he referido.
El BCB debe encontrar cada día el punto de equilibrio óptimo entre incentivar las exportaciones —evaluando los costos internos de producción— y permitir la importación adecuada de insumos que se utilizan para exportar, así como de bienes y servicios no producidos en el país. Por ello, el BCB debe contar con especialistas que monitoreen diariamente los costos internos y los tipos de cambio de países vecinos o competidores, para mantenernos produciendo, generando empleo e importando tecnología de punta, entre otros aspectos evidentes.
¿Por qué no establecer un sistema de flotación limpia, o un tipo de cambio con bandas superiores e inferiores, o un sistema fijo? Porque al hacerlo, el Estado envía una señal pública de que, si el tipo de cambio sube mucho, se verá obligado a seguir vendiendo dólares hasta agotar sus reservas, “defendiendo el castillo”, como le ocurrió a Macri en Argentina —quien gastó 40.000 millones de dólares prestados por el FMI defendiendo su tipo de cambio— o como ocurrió con Menem cuando definió una paridad 1:1 con el dólar y terminó igualmente quebrado.
Otro factor que recomiendo es que los nuevos préstamos a contraer en Bolivia deberían destinarse a fortalecer la producción, y no a sostener la especulación, para no cometer los errores del pasado. Será otro capítulo del tema.
Por ello, habiendo observado décadas de sistemas de tipo de cambio, recomiendo el sistema de flotación sucia, sin declarar bandas máximas ni mínimas, y mucho menos un sistema de tipo de cambio fijo. Bien manejado, este sistema permite previsibilidad y flexibilidad.
Por un tema de seguridad jurídica y ajustes necesarios, recomendaría que aquellos contratos, préstamos u otros de tipo financiero —incluidas tarjetas de crédito, compra y venta de inmuebles, alquileres, insumos agropecuarios, mineros, etc.— mantengan, por un periodo de 7 meses a partir de la modificación del tipo de cambio oficial, el tipo de cambio de Bs 6,96. Durante ese periodo, las partes tendrán el tiempo necesario para modificar, cambiar o enmendar cláusulas o contratos, adecuándolos al nuevo tipo de cambio.
Babson ’82, ex catedrático universitario