Entre los empleos más expuestos a crímenes, rudezas y/o agresiones se encuentran los vinculados a las labores de protección (militares, policías, vigilantes, guardaespaldas, etc., por confrontaciones inherentes a sus misiones). Igualmente, los relacionados a medios informativos (periodistas, influencers, youtubers y más, por razones de censura). Sin embargo, hay indicadores replicándose en varios países que señalan otra actividad como peligrosa: la Enseñanza. Si alguien lo duda, pregúntese ¿Qué impulsa a una corporación de radio, televisión e internet, como la BBC de Londres, a efectuar un documental acerca de la violencia que están experimentando los docentes latinoamericanos en las aulas o en sus adyacencias?
Se observa reiteradamente en canales de comunicación locales, regionales, nacionales e internacionales incidentes donde los maestros son amenazados o atacados por el alumnado, por parientes o amigos de estos. De hecho, estas situaciones parecen haberse normalizado al punto que hasta son publicitadas y no exactamente para condenar tales actos. Se viralizan videos por redes sociales mostrando cómo en eventos públicos se les hacen desplantes, se atenta contra su reputación o se ejecutan “venganzas” hacia dichos personajes solo porque intentaron cumplir con sus obligaciones.
Por otro lado, la barbarie que sufre el profesorado no se limita a acciones por parte de las personas con las que inevitablemente interactúan en sus funciones diarias. Adopta múltiples formas y destaca la explotación a la que son sometidos por entidades gubernamentales y no gubernamentales. No es inusual que se les encarguen grupos de más de treinta y cinco estudiantes, lo cual representa un gran desafío. Además, enfrentan la disyuntiva del contacto físico con el alumno: si se acercan mucho, pueden ser acusados de “acosadores sexuales”; si mantienen la distancia, es probable que los tachen de “indiferentes” o “desinteresados”.
Una de las carreras con más demanda de cualidades, habilidades y/o destrezas (“blandas” y “duras”) es la educativa. Estos licenciados “deben ser”: empáticos, pacientes, disciplinados, tolerantes, creativos, comprensivos, contemplar la personalidad de cada uno de sus discípulos, con vastos conocimientos, acoplarse a los pénsum, actualizarse constantemente y pare usted de contar. No obstante, las mismas instituciones que solicitan estos requisitos no son precisamente las que los acompañan al momento de ayudar a materializar este perfil. Claman por niveles de capacitación elevados, pero los salarios y prestaciones económicas no se adecúan a los roles que se les exhorta asumir a los educadores (muchas veces honorarios miserables).
Una profesora, que prefirió permanecer en el anonimato, comenta: -Nuestro reto empieza desde que llegamos al salón de clases y nos encontramos niños con diferentes ritmos y estilos de aprendizaje, con necesidades y trastornos que dificultan la comunicación, socialización y aprendizaje del alumno. Sin dejar de lado las conductas disruptivas que llegan a presentar algunos alumnos. Es ahí, donde el docente intenta individualizar la educación para cada niño...desde que hace su plan de clase considera las adecuaciones que cree necesarias para atender al alumno que lo requiere, sin olvidar que no está preparado para tratar trastornos que dificultan la comunicación y socialización de los niños. Hasta hoy desconozco que haya algún control que haga posible que un docente que tenga alumnos con alguna condición o trastorno tenga un número menor de alumnos en su grupo de lo que normalmente se maneja, esto, con la intención de bajar la carga al docente y pueda hacer mejor su labor-.
Dentro de los factores que contribuyen a establecer los escenarios antes descritos están los siguientes: a. Se continúa desconociendo cabalmente ¿Qué es este oficio? Aunque existe una gran cantidad de pedagogos y la profesión es antigua. b. Muchas de las normativas o regulaciones que se les quiere imponer son formuladas, con más frecuencia de la conveniente, por burócratas que carecen de experticia en espacios académicos, generando así, políticas que tratan de reglamentar el quehacer formativo, pero subordinándolo a criterios y expectativas irreales. c. A algunos actores que detentan el poder no les interesa una población estudiosa, por lo cual marginan este sector.
Evidentemente, quien enseña no es la víctima siempre. Es factible constatar abusos de autoridad por una minoría de sujetos que utilizan la postura del docente como su bastión para liberar sus propias frustraciones y humillar a los demás. Incluso se podría afirmar que es un puesto muy tentador para psicópatas y sociópatas, especialmente, en ámbitos universitarios. Aquí, sería recomendable que, además de evaluar los saberes y las competencias didácticas de ciertos individuos, también se examine su salud mental para determinar si están aptos o no para desempeñar tan importantes cargos. De igual manera, que se fortalezcan las instancias donde formalizar denuncias y se apliquen sanciones a los trabajadores de la educación que abusen de su posición para infligir daño.
Pero, se necesita considerar que la mayoría de aquellos que se dedican a instruir a otros lo realizan por vocación y que es responsabilidad de todos velar porque esta hermosa ocupación se ejerza en circunstancias óptimas y de respeto. No es aceptable que el maestro tenga que sentir miedo por ejercer uno de los trabajos más beneficiosos para la sociedad. Sus compensaciones tienen que ir en consonancia con las tareas que se les exige: seguridad a su integridad física y psicológica, sueldos más competitivos, retribuciones y planes de asistencia.
La formación académica, con los defectos que pueda tener, sigue siendo valiosa para los Estados Democráticos y sus ciudadanos. Por ello, poco o nada bueno le espera a las naciones que descuidan o desamparan este valioso y cada vez más escaso recurso humano.