El narcotráfico no es un hecho aislado. No es un acto delictivo específico, encapsulado o que se origina en una determinada zona geográfica. El narcotráfico es, en esencia, un crimen organizado y tiene —si se quiere— todo el Código Penal en su contra. Realiza, coordina y ejecuta homicidios, ajusticiamientos, lesiones graves y gravísimas; comete extorsiones, chantajes y secuestros; perpetra tenencia y venta ilegal de armamento de todo tipo y calibre. Incluso fabrica armas y municiones, y mueve dichas provisiones ilegalmente por todo el mundo. Coordina y ejecuta lavado de activos, blanqueo de dinero, constituye empresas falsas e ilegales y, lo peor de todo, es que no podría construir su negocio ilícito si no tuviese apoyo y protección de la policía, de los militares, de la política, de jueces, fiscales y del propio Estado.
¡Sería imposible!
Por eso, el narcotráfico es una organización criminal transversal a toda la institucionalidad de un país. México, Brasil, Colombia, Cuba y Venezuela son el mejor ejemplo de este cáncer que degrada toda posible legalidad. Perfora el andamiaje de una sociedad y la pulveriza. Y Bolivia, desde hace mucho tiempo, camina por ese sendero tan peligroso.
Además, hay otro elemento muy preocupante: el daño cruel que se infringe a los adolescentes de una sociedad donde el narcotráfico campea. La precariedad laboral, la crisis económica, las necesidades familiares y la reducción al mínimo de un futuro mejor empujan a los jóvenes hacia las redes del narcotráfico. Desde los pisa cocas hasta los soldados de base, minoristas, transportistas, acarreadores, embaladores y una larga cadena de microoficios ligados a la droga y al dinero fácil.
Es el capital humano —niños y jóvenes— del crimen organizado lo verdaderamente gravísimo.
Nunca debemos olvidar que la ilegalidad siempre tiene una lógica económica, con una entrada temprana al mercado laboral ilegal y con altas tasas de mortalidad. Quienes se inician en esta actividad aprenden rápidamente a especializarse. Se vuelven expertos en pequeños oficios de alto valor para los narcos. Desde los llamados “silbadores” —niños que avisan chiflando la presencia policial o alguna irregularidad— hasta tragones, mulas, transportistas, microtraficantes y una larguísima cadena de empleos ligados al tráfico de estupefacientes. Existen puestos de nivel básico —vigilantes y vendedores de droga—, puestos intermedios —soldados y vendedores— y puestos directivos, ocupados por los gerentes.
Un estudio reciente en Perú confirma que la exposición a los mercados ilegales durante la infancia puede marcar el rumbo de toda una vida. Cuando subieron los precios de la coca, por ejemplo, las familias pobres comenzaron a emplear a sus hijos en las plantaciones. Entre los niños de 11 a 14 años, la deserción escolar aumentó un 26%, y en la edad adulta estos jóvenes tenían un 30% más de probabilidades de ser arrestados por delitos relacionados con las drogas o la violencia.
Las cifras en Bolivia, seguramente, deben ser iguales o peores. En toda la región del Chapare, ¿cuáles son las expectativas escolares, laborales o universitarias de los jóvenes de esa zona? ¿Cuáles son sus expectativas de una vida legal?
No olvidemos que el principal objetivo del operativo policial en Río de Janeiro era apresar al narcotraficante apodado “Doca”, quien escapó gracias al apoyo de un cordón humano formado por los “soldados” de los narcotraficantes. Doca escapó; ellos no. Esos jóvenes y niños murieron baleados.
Pero ¿por qué tantos jóvenes eligen una vida delictiva? ¿Son las ganancias del trabajo ilegal lo suficientemente sustanciales como para justificar una elección tan arriesgada? ¿O existen factores específicos que los llevan a delinquir a temprana edad y a permanecer en el crimen durante toda su vida?
Los expertos sostienen que son las redes formadas en el sector ilegal las que buscan y moldean estos “capitales humanos criminales”, capacitando a niños y jóvenes únicamente para participar en este tipo de actividad. Así como la escuela desarrolla habilidades formales, el trabajo temprano en economías ilícitas enseña oficios, rutinas y códigos que perpetúan el delito. Y esa es la mayor amenaza a nuestra sociedad a manos del narcotráfico.