Por más escandalosas que suenen las declaraciones del candidato chileno Johannes Kaiser, los bolivianos no tenemos por qué ofendernos. Lo que dice —aunque con un tono arrogante y electoral— no deja de tener algo de verdad. Kaiser exagera, sí, pero su discurso refleja una percepción regional forjada durante los últimos veinte años: Bolivia se ha comportado como un Estado permisivo, desbordado y, muchas veces, cómplice de prácticas ilícitas que afectaron directamente a Chile.
Durante dos décadas, el país ha sido la piedra en el zapato de los vecinos del sur. No solo por la ola migratoria que atravesó sus fronteras sin control, sino porque Bolivia ha actuado como un corredor informal de contrabando, narcotráfico y vehículos robados. Lo sabe la policía chilena, lo saben los ministerios de ambos países y lo sabemos los bolivianos que hemos visto cómo el Estado fue tolerante, cuando no partícipe, de esa economía paralela.
Es cierto: las palabras de Kaiser son duras, pero no es menos cierto que Bolivia ha sido un país laxo en el control migratorio, indiferente ante el tráfico de autos “chutos” y permisivo con el narcotráfico que usa su territorio como base de operaciones. Hemos normalizado la ilegalidad bajo el pretexto de la necesidad económica. Lo más cómodo es indignarse ante el insulto extranjero, pero lo más honesto sería reconocer que muchos de nuestros problemas fronterizos no vienen de Santiago, sino de este lado.
Ofenderse no resuelve nada. Si un candidato chileno puede ganar puntos atacando a Bolivia, es porque durante años dimos motivos para hacerlo. Las relaciones bilaterales estuvieron marcadas por la desconfianza, los litigios en La Haya y los discursos nacionalistas de barricada. Mientras Chile consolidaba instituciones y diversificaba su economía, Bolivia se entretenía en discursos marítimos vacíos, dejando que el contrabando y la corrupción minen el Estado desde adentro.
La propuesta de Rodrigo Paz de legalizar los autos sin documentación reactivó viejas tensiones. Pero también reveló que el tema no es solo legal, sino moral. ¿Hasta cuándo vamos a justificar el desorden interno culpando al vecino? Es hora de madurar como país y asumir la responsabilidad que nos corresponde.
La visita de Gabriel Boric a la posesión de Paz puede marcar un punto de inflexión. Después de años de distanciamiento y litigios, Chile y Bolivia tienen la oportunidad de recomponer sus relaciones sobre bases más realistas y menos emocionales. La hermandad no se construye con discursos victimistas ni con amenazas, sino con respeto a la ley, cooperación económica y control fronterizo efectivo.
Bolivia necesita dejar de actuar como un Estado forajido y transformarse en un país previsible, institucional y respetuoso de sus compromisos. Chile, por su parte, debería entender que la integración es más rentable que el cierre de fronteras. Ambos pueblos tienen todo para complementarse: Chile con su salida al mar y estabilidad institucional; Bolivia con su energía, minerales y capacidad productiva.
Ya no hay lugar para chauvinismos. El reclamo marítimo quedó archivado en La Haya y la historia no se reescribe con resentimiento. Lo que sí podemos escribir es un nuevo capítulo basado en el comercio, la infraestructura compartida y la cooperación fronteriza.