Por décadas, Bolivia ha transitado en la ambigüedad diplomática: a veces aliada, a veces adversaria, pero nunca plenamente comprometida con Estados Unidos. El anuncio del presidente electo Rodrigo Paz de restablecer relaciones plenas con Washington representa una buena noticia y, sobre todo, una oportunidad histórica. Sin embargo, el verdadero desafío será determinar hasta dónde llegará esa normalización.
No es la primera vez que un gobierno boliviano intenta “recomponer” el vínculo. Hemos probado de todo: alianzas ideológicas con China, Rusia, Irán, o distancias calculadas frente a Washington, siempre sin resultados sostenibles. Nos ha ido mal con unos y ambiguamente con otros, porque Bolivia nunca tomó una decisión definitiva y pragmática sobre su política exterior. Hemos improvisado entre el dogma y la conveniencia, sin una estrategia de largo plazo.
El restablecimiento de relaciones diplomáticas plenas con Estados Unidos representa no solo el cierre del ciclo del aislamiento masista, sino el inicio de una nueva etapa en la que Bolivia debe decidir si actuará con madurez geopolítica o si volverá a caer en el viejo péndulo de la ideología.
Los países que decidieron construir alianzas sólidas con Estados Unidos, apostando por la apertura económica, la innovación y el respeto institucional han conseguido la prosperidad. Corea del Sur pasó de ser uno de los países más pobres del mundo a una potencia tecnológica con un PIB per cápita de más de 35.000 dólares. Taiwán, Israel, Alemania o Japón siguieron caminos similares.
En contraste, las naciones que eligieron el aislamiento o el antiamericanismo como bandera política —Cuba, Venezuela, Nicaragua o Corea del Norte— viven hoy bajo regímenes autoritarios, con economías devastadas y sociedades reprimidas. El contraste es tan evidente que ya no se trata de ideología, sino de resultados.
Bolivia sigue estancada, mientras que países latinoamericanos que mantienen una cooperación fluida con Estados Unidos —Chile, Uruguay, Costa Rica o Panamá— alcanzan niveles de desarrollo mucho mayores. El alineamiento pragmático con potencias que promueven la inversión, la innovación y el libre mercado impulsa el crecimiento y consolida la democracia.
El gesto de Rodrigo Paz de reunirse con el secretario de Estado Marco Rubio y con representantes del FMI, el BID y el Banco Mundial no debe verse como una “rendición al imperialismo”, sino como un acto de sensatez. En tiempos de crisis, los países serios buscan aliados estratégicos, no enemigos imaginarios. Y Estados Unidos es el socio natural de Bolivia, es el principal destino de exportaciones no tradicionales, fuente potencial de inversión y cooperación, y referente institucional más cercano en el hemisferio occidental.
La pregunta crucial es si esta nueva relación será de Estado o apenas un salvavidas momentáneo para conseguir dólares y oxígeno financiero. La historia boliviana muestra que los giros pragmáticos suelen durar lo que tarda en llegar la presión ideológica interna. Los grupos antiestadounidenses siguen activos, y el discurso del “imperialismo” todavía resuena en ciertos sectores.
El gesto de Rodrigo Paz de reunirse con el secretario de Estado Marco Rubio y con representantes del FMI, el BID y el Banco Mundial no debe verse como una “rendición al imperialismo”, sino como un acto de sensatez.