Durante los veinte años del régimen masista, la política exterior estuvo extraviada, atrapada en laberintos ideológicos y muy lejos del interés nacional. El desorden y la improvisación fueron la regla, no la excepción. La diplomacia dejó de representar al Estado, poniéndose al servicio del dogma.
La política exterior de cualquier país, cuando hay buenos líderes y gobernantes, está siempre orientada a buscar, en sus relaciones con el resto del mundo, lo mejor para el país y sus habitantes. Es la diplomacia subordinada plenamente al interés nacional.
El interés nacional es, a su vez, ese conjunto de objetivos, necesidades y aspiraciones que un Estado considera esenciales para su supervivencia, desarrollo y bienestar. Por lo tanto, el interés nacional es el eje fundamental de toda política exterior.
Hans Morgenthau, padre del realismo político internacional, sostenía que el interés nacional debe orientar todas las decisiones de política exterior, las cuales deben estar dirigidas a la defensa de la soberanía, la seguridad y la posición del Estado en el sistema internacional.
En ese sentido, las prioridades nacionales pasan a ser los pilares fundamentales de la política exterior. El interés nacional se convierte en la guía que orienta las decisiones de un Estado frente al resto del mundo. La política exterior, por su parte, es el instrumento a través del cual un Estado busca concretar el interés nacional. En la política exterior se define cómo se consigue ese interés nacional.
Así, cuando la diplomacia no guarda estricta coherencia con el interés nacional, el Estado debilita su posición frente al mundo. Esto sucede cuando quienes detentan el poder orientan sus decisiones de acuerdo con intereses partidarios, personales o ideológicos.
En la diplomacia ideologizada no cuenta el interés nacional: la ideología reemplaza a los intereses. Todas las decisiones tienen ese carácter. El dogma se apodera de las “alianzas” y los “alineamientos”. La política exterior se subordina a la ideología.
En ese contexto, Bolivia, desde 2006, adoptó una diplomacia radicalmente ideologizada. El régimen masista, desde Evo Morales hasta Luis Arce Catacora, priorizó las relaciones con Cuba, Venezuela, Nicaragua, Rusia e Irán, en detrimento de otras más importantes.
En el marco de la “diplomacia de los pueblos”, Bolivia se alineó con el ALBA, la CELAC y la UNASUR, organizaciones creadas con fines estrictamente políticos durante el auge de los gobiernos “socialistas del siglo XXI”. En el fondo, estas organizaciones, más allá de contrarrestar la hegemonía de Estados Unidos, fueron creadas para legitimar y defender las dictaduras de Venezuela, Cuba y Nicaragua. Los cruentos dictadores de estos países, cuando se sienten solos y en crisis, se arropan en estas organizaciones. Sin temor a exagerar, y tratando de describir las cosas como realmente son, estas organizaciones se parecen más a un sindicato de dictadores.
La UNASUR, que fue todo un engaño, solo espera su acta de defunción. El ALBA tendría la misma suerte tras la reciente salida y expulsión de Bolivia.
¿Qué beneficios tuvo para Bolivia formar parte del ALBA, la CELAC y la UNASUR? A juzgar por los resultados, absolutamente ninguno. La UNASUR nos dejó la infraestructura del Parlamento emplazado en San Benito, Cochabamba, hoy totalmente abandonada. Fueron cerca de 500 millones de bolivianos dilapidados. Alguien debe hacerse responsable, civil y penalmente, de este despilfarro.
El balance de esta política exterior ideologizada no solo es lapidario, es catastrófico. Los datos así lo demuestran fehacientemente. En determinado momento, la diplomacia boliviana estuvo al servicio de esas brutales y monstruosas dictaduras.
Ahora bien, la diplomacia que se guía por el interés nacional es la pragmática y realista. En ella, la política exterior se subordina a los intereses del país. Los Estados cuyos gobernantes adoptan esta forma de diplomacia tratan de obtener siempre el mejor beneficio posible en sus relaciones con el mundo y con cada uno de los Estados.
La diplomacia guiada por criterios pragmáticos y realistas garantiza a los Estados previsibilidad, coherencia y respeto. Las alianzas se concretan en función de objetivos concretos: seguridad, desarrollo y proyección internacional.
Los Estados que logran articular su diplomacia con las prioridades internas suelen atraer inversiones, diversificar sus relaciones, fortalecer su imagen internacional y ampliar su margen de maniobra ante las grandes potencias.
Sin renunciar a principios y valores, la diplomacia pragmática y realista, en un mundo tan cambiante, exige mucha inteligencia y sentido de oportunidad.
En esta etapa de transición, Bolivia tiene la oportunidad de cambiar radicalmente su política exterior. Rodrigo Paz está dando algunas señales que permiten ver la luz al final del túnel: el reemplazo de esa nociva política exterior ideologizada por una diplomacia realista, guiada estrictamente por el interés nacional.
*El autor es profesor de la carrera de Ciencia Política de la Universidad Mayor de San Simón.