Rodrigo Paz ganó las elecciones porque fue cauto. Supo que el votante común no quiere escuchar la verdad desnuda sobre la crisis, sino una esperanza administrable. Mientras Tuto Quiroga advertía un escenario apocalíptico de quiebra y fuga de dólares, Paz eligió la mesura: habló de orden y reconstrucción, no de ruina. Pero ahora, ya en la antesala del poder, el velo se cae. La economía está arrasada y el nuevo presidente recorre el mundo buscando “dolaritos” para mantener a flote al país. En el frente opuesto, Luis Arce insiste en su ficción: la de una Bolivia próspera, con pozos, reservas y estabilidad. Esa narrativa, si no se combate con verdad, puede imponerse. Paz corre el riesgo de que el relato del “país maravilloso” eclipse la magnitud del desastre heredado. Por eso debe hablar con crudeza, sin miedo a espantar. Si no desnuda el verdadero estado del país, quedará atrapado en la guerra de narrativas que Arce todavía cree poder ganar desde la mentira.