La Asamblea Legislativa Plurinacional cerró sus sesiones haciendo honor a su deplorable trayectoria. Bajo la presidencia de David Choquehuanca, este cuerpo parlamentario se convirtió en un triste espectáculo de gritos, insultos y puñetazos que retrataron la degradación de la política nacional. Lo que debía ser el espacio del debate y la construcción democrática terminó siendo un ring donde se impusieron la intolerancia y la mediocridad. Con una mayoría que prometía gobernabilidad, el Legislativo del periodo 2020-2025 desperdició su poder en disputas internas, fracturas del MAS y cálculos personales. Dejó leyes esenciales sin tratar, créditos sin aprobar y un país más dividido y empobrecido. Mientras la ciudadanía esperaba soluciones, los “padres de la patria” se dedicaron a proteger privilegios y a blindar intereses partidarios. Ha concluido una de las peores gestiones parlamentarias de nuestra historia democrática. No queda legado ni aprendizaje, solo vergüenza. Si algo enseña esta legislatura es que sin ética, respeto ni vocación de servicio, el poder legislativo no construye República: la destruye. Ojalá los nuevos asambleístas comprendan la magnitud del daño y empiecen, por fin, a legislar para Bolivia.