Editorial

No más revoluciones

La palabra revolución siempre seduce. Tiene un halo épico, una promesa de futuro mejor, de quiebre con lo viejo y construcción de algo nuevo...

Editorial | | 2025-10-30 07:26:18

La palabra revolución siempre seduce. Tiene un halo épico, una promesa de futuro mejor, de quiebre con lo viejo y construcción de algo nuevo. Pero la historia demuestra que las revoluciones terminan siendo lo contrario de lo que prometen. Lo que inician como luchas contra la opresión, la injusticia o la desigualdad, terminan consolidando estados más grandes, más controladores, más burocráticos y más arrogantes. Revolución, en la práctica, no significa libertad, sino planificación central, ingeniería social y la ilusión de que una élite sabe cómo deben vivir los demás.

Las revoluciones políticas en América Latina fueron anunciadas como puertas hacia la emancipación, pero lo que han producido son gobiernos que se autodenominan “defensores del pueblo” mientras construyen sistemas más pesados, más corruptos y más autoritarios.

El caso boliviano es evidente. La llamada “revolución cultural y democrática” de Evo Morales prometió inclusión, dignidad, respeto a los pueblos originarios y construcción de una nueva estructura estatal más cercana al ciudadano. ¿El resultado? Un estado elefantiásico, lleno de ministerios, direcciones, viceministerios, empresas públicas deficitarias y una maquinaria burocrática que vigila, regula, interviene y limita.

Se cambiaron las leyes, se cambiaron los símbolos, se reescribió la historia oficial. Pero lo que no cambió fue la relación de poder: el ciudadano quedó pequeño frente a un aparato estatal cada vez más grande. En vez de emancipar, vuelve súbdito al individuo, porque toda revolución planificada necesita imponer una visión del mundo. Y para imponer esa visión necesita controlar: la tierra, la producción, los contenidos educativos, los medios de comunicación, los recursos naturales y, en última instancia, la vida y decisiones de cada persona.

Cuando se habla de “revolución productiva”, el estado decide qué se produce, dónde y en qué cantidad. Cuando se habla de “revolución educativa”, el estado define el contenido de las mentes. Cuando se habla de “revolución agraria”, el estado decide quién puede tener tierra y bajo qué condiciones. Todas esas revoluciones estatales son la misma cosa: control. desde arriba y menos libertad ciudadana.

Las revoluciones verdaderas, las que cambian la vida de las personas, no se planifican. Emergen desde la sociedad, desde la creatividad, desde el impulso humano por adaptar y mejorar su entorno. La revolución tecnológica no la dirigió ningún ministerio. La revolución del trabajo, del emprendimiento, del trabajo a distancia y del autoempleo no fue diseñada por ninguna comisión estatal. Fue la gente, enfrentada a nuevas realidades, la que transformó su forma de trabajar, estudiar y producir.

Bolivia no necesita otra revolución ni un gobierno iluminado que diga qué, cómo y cuándo se tiene que hacer. Lo que necesita es exactamente lo contrario: oxígeno, libertad, espacio para que las personas decidan por sí mismas cómo vivir, trabajar, educarse, producir y desarrollarse. Un gobierno que se quite del camino en vez de bloquearlo. Que deje de planificar la vida ajena y se limite a garantizar derechos, propiedad y seguridad.

No necesitamos revoluciones. Necesitamos un Estado que no estorbe, instituciones que funcionen y gobernantes humildes, no iluminados. Queremos una sociedad libre para hacer sus propias transformaciones, pequeñas o grandes, desde la experiencia real, no desde una utopía impuesta.