A ver qué hacen ahora los que viven preocupados por el pueblo. Esos que serán gobierno, que se sacrificaron para servir al pueblo, así como los que, a pesar de haber perdido, dicen que no permitirán que al pueblo le hagan más daño.
Este país, desolado en su economía, vive un tiempo simultáneo donde unos buscan construir y otros —siempre listos y al acecho— se hacen cargo de destruir. Todo esto pasa en Bolivia; se ha vuelto habitual. Y, pasadas las elecciones, cansados de escuchar promesas y sumidos en la indiferencia, algunos piensan que la obligación es de los elegidos, pues para eso postularon: hacerse cargo del laberinto.
Ser político debiera ser una posición honrosa, una dignidad reconocida; no como ahora, que se ha vuelto la expresión de un pérfido sujeto sediento de dinero y ávido de poder, mediante argucias y medias verdades. Escarbando entre ánimos malogrados por la inconformidad, enferman las mentes y destruyen los buenos valores. No debieran merecer tanta atención, pero son los más entrevistados. En su conducta predomina el odio y la anarquía, a tal punto que causarían revuelta en el cielo, por la paz y el silencio, o en el infierno, por la temperatura del fuego.
Les satisface vivir atrapados en el deseo de la desgracia ajena. No quieren ser libres de sus pasiones, pero en sus paros, marchas y bloqueos reclaman libertad de protesta y de expresión; pretenden que sus acciones sean tabúes, más que el ejercicio de un derecho. Su propósito: causar daño. Su violencia, claramente sediciosa: “...defienden los intereses del pueblo”. Disgregan los lazos sociales de cohesión colectiva y anhelan que la realidad se convierta en un sótano sin final.
Ciudadano boliviano, ¿has escuchado hablar de la inhumanidad de los humanos, de la esperanza de los desesperados, de la injusticia de la justicia? ¿De aquellos que prefieren ignorar su ignorancia?
Al mismo tiempo que se resuelvan los problemas del diésel, el gas, los dólares y la gasolina, la población necesita desarrollar la educación cívica; es decir, profundizar sus prácticas de convivencia pacífica, entender que las instituciones no son recompensa por clientelismo y comprender adecuadamente los valores. La corrupción es un delito que merece cárcel. Hay que corregir la creencia de que el respeto se consigue con insurrección, insultos y amenazas. Son muchos los pensamientos por revisar; la sociedad actual se deshace en equívocos.
Es natural que la gente se exalte por la inflación de precios y el estado de necesidad; pero, por otro lado, hace tiempo que comenzó la deflación de principios morales, que daña el tejido social y envejece la conciencia. Los candidatos y los elegidos prometen ¡una Bolivia nueva! El civismo no es solo respetar el escudo y la bandera; es, además, desarrollar aptitudes para saber tolerar y permitir el ejercicio de la ciudadanía sin miedos, en libertad.
Para que los bolivianos aprendan a elaborar verdades, descubran que existen otras dimensiones de vida y manejen conflictos y emociones que inspiren el amor al prójimo y a la patria, no es suficiente mejorar la economía. También la educación colectiva es inversión en capital humano: es riqueza renovable.