Las declaraciones de Edman Lara parecen más propias de un despecho sentimental que de un vicepresidente electo. Un día arremete contra Rodrigo Paz, lo contradice, le marca distancia, asegura tener más méritos que él. Al día siguiente, confiesa con dramatismo que su compañero ya no le contesta las llamadas, que “antes hablaban seguido” y que ahora “no sabe qué está pasando”. Una mezcla de celos, victimismo y necesidad de atención que delata algo más profundo: una relación política basada en la emoción, no en la institucionalidad. Lara habla de fe, de fidelidad y de traición, como si la gestión del Estado fuera una historia de amor fallido. En ese vaivén, uno no sabe si espera una cita o un ministerio. Pero la política no se construye con suspiros ni resentimientos. Si de verdad quiere servir al país, debería entender que el poder se ejerce con madurez, no con escenas de Tik Tok. De lo contrario, este “matrimonio presidencial” corre el riesgo de divorciarse antes de la ceremonia de juramento. Y ahí sí, alguno quedará plantado.