El vicepresidente electo, Edman Lara Montaño, ha confundido el Órgano Legislativo con el Comando General de la Policía boliviana. Mientras realizaba su propia campaña electoral en las redes sociales, soltaba que, una vez electo, se convertiría en un comandante general del parlamento con la potestad de competir el poder político de igual a igual con el presidente del Estado.
Sin embargo, Bolivia adoptó el modelo presidencialista, creación de la revolución norteamericana de 1787, y de ahí se extrapoló a los países Latinoamericanos. En este sistema, la jefatura del Estado y del gobierno la tiene el presidente y fue concebido en sus inicios como el instrumento de unidad para la conservación del Estado. En palabras de Fernández y Nohlen, el presidente era un monarca democráticamente legitimado (Sistema de gobierno: perspectivas conceptuales y comparativas, en AAVV Presidencialismo versus Parlamentarismo, Caracas, Ed. Nueva Sociedad, 1991).
El Estado boliviano adoptó también la centralización político-administrativa de origen francés, que ha prevalecido a lo largo de nuestra historia republicana. La Constitución del libertador Simón Bolívar establece que “el ejercicio del poder ejecutivo reside en un presidente vitalicio, un vicepresidente y tres ministros de Estado (art. 77). Y adoptó la forma republicana, democrática y concentrada de gobierno, con la clásica división de poderes del Estado: legislativo, ejecutivo, judicial y electoral.
Simón Bolívar proponía un primer mandatario como un jefe de Estado con cargo vitalicio y un vicepresidente elegido de una terna propuesta al congreso por el presidente para asumir la responsabilidad de la jefatura de gobierno. El modelo original marcaba con claridad dos elementos: el presidente como símbolo de la unidad del Estado, y como figura institucional incuestionable por su crédito y prestigio personal. Y el vicepresidente era el encargado de la gestión de gobierno, y tenía la responsabilidad directa de la administración pública. Debía despachar y firmar en nombre de la república y del presidente todos los negocios de la administración y bajo su responsabilidad personal y la del secretario de Estado.
Según Mariano Baptista Gumucio (El vicepresidente ¿La sombra del poder?), la intención de Bolívar era la de preparar al vicepresidente de manera tal que pudiese sustituir al presidente, habiendo acumulado ya la experiencia necesaria. La vicepresidencia ha sido una figura enigmática a lo largo y ancho de nuestra historia republicana. No han faltado los que la han considerado una figura inútil. En EE.UU., Thomas R. Marshall, que desempeñó la vicepresidente de 1913 a 1921, comparaba al ocupante del cargo con un enfermo de catalepsia pues sentía todo lo que pasaba a su alrededor, pero no podía moverse ni decir una palabra.
Juan Lechín había declarado públicamente que la vicepresidencia era la “quinta rueda del carro…” El presidente Hernán Siles Zuazo (1982-1985), no tuvo mayor relación con su vicepresidente, Jaime Paz Zamora, pues no lo mandaba ni a comprar pan. El mismo historiador sostiene “que la vicepresidencia es como la virginidad, porque no tiene función alguna y solo adquiere importancia cuando se la pierde”.
El constituyente ha sido parco a la hora de establecer las funciones del vicepresidente de la república. En efecto preside las reuniones de la Asamblea Legislativa, y también asiste (si lo invita el presidente y sin la facultad de voto) a las reuniones de gabinete. Se trataría de un “puente” entre un poder y el otro. Pero la historia le ha dado más bien la figura de dique obstaculizador. ¿Por qué no buscar entonces que el vicepresidente sea un copiloto eficiente en lugar de un mecánico del que hay que desconfiar siempre? ¿No sería mejor para el gobierno y el país sacarlo del estado de catalepsia al que lo condena la desconfianza y el recelo, y convertirlo en un servidor público de primera?
Lo evidente es que la cultura presidencialista boliviana ha impedido que el vicepresidente tenga protagonismo hasta bien avanzado el siglo XX. Fue la recuperación de la democracia la que permitió una nueva visión y un nuevo ejercicio del cargo vicepresidencial. Sin embargo, el gobierno nacional se caracteriza por la concentración del poder total en el jefe del Estado y esta tradición ha eclipsado a la figura vicepresidencial, salvo que Lara se convierta en el comandante del legislativo.
*Jurista y autor de varios libros.