Cada vez es más recurrente la versión de que el narcotraficante uruguayo Sebastián Marset, prófugo desde agosto de 2023, sigue estando en Bolivia. Mientras el ministro paraguayo Enrique Riera asegura que su presencia en nuestro país es “un secreto a voces”, el gobierno boliviano lo niega y exige pruebas. Desde que Marset huyó, Bolivia ha demostrado ser un refugio cómodo para los capos del narcotráfico: varios “peces gordos” fueron hallados aquí tras años de vida tranquila, amparados por la vista gorda de las autoridades. Si un narco busca esconderse, Bolivia parece ser el santuario perfecto, un territorio de resguardo donde la justicia se diluye entre trámites y silencios. Las versiones oficiales no alcanzan para disipar las sospechas, porque cada operativo fallido y cada silencio institucional refuerzan la idea de que el país se ha convertido en un cobijo de impunidad. Mientras los vecinos apuntan y las evidencias se acumulan, las autoridades nacionales no logran desmentir lo evidente: que Bolivia, más que perseguir a Marset, parece estar jugando a la “tuja” de esconderse.