Editorial

¿Puede existir socialismo democrático?

La idea suena atractiva: una sociedad justa, sin pobreza ni desigualdad, pero con libertad y elecciones. Es la promesa del llamado socialismo democrático, que intenta reconciliar lo irreconciliable....

Editorial | | 2025-10-25 08:11:45

La idea suena atractiva: una sociedad justa, sin pobreza ni desigualdad, pero con libertad y elecciones. Es la promesa del llamado socialismo democrático, que intenta reconciliar lo irreconciliable: la libertad individual con la planificación colectiva. Sin embargo, esta fórmula, aunque seductora, es imposible. El socialismo no puede ser democrático, porque destruye los pilares que hacen posible la democracia.

El socialismo parte de una premisa moral: la desigualdad económica es una injusticia que el Estado debe corregir. Para lograrlo, necesita controlar los medios de producción, redistribuir la riqueza y dirigir la economía hacia “el bien común”. Pero el poder que se otorga al Estado para nivelar se convierte pronto en poder para dominar. Cuando la propiedad privada desaparece o se subordina al interés colectivo, el individuo pierde su autonomía económica y, con ella, su libertad política. Quien depende del Estado para vivir, termina dependiendo también de él para pensar.

Ludwig von Mises y Friedrich Hayek demostraron que sin precios libres ni propiedad privada no existe cálculo económico racional. Los planificadores, privados de la información que solo el mercado puede generar, deben imponer decisiones por la fuerza. La planificación económica exige obediencia, y la obediencia, represión. Así, la “igualdad” socialista necesita una maquinaria coercitiva que ahoga la libertad en nombre de la justicia.

La historia es implacable: la Unión Soviética, Cuba, China, Corea del Norte, Nicaragua y la Venezuela chavista comenzaron con discursos de liberación y terminaron en sistemas donde la disidencia se castiga y la miseria se reparte por igual. Incluso las socialdemocracias europeas que se autodenominan “de izquierda” solo prosperaron cuando renunciaron al socialismo y abrazaron el mercado. Es decir, sobrevivieron porque dejaron de ser socialistas.

Y aquí conviene decirlo con claridad: ni siquiera la izquierda puede ser verdaderamente democrática. En su visión del mundo, el individuo no es un fin en sí mismo, sino un medio para un proyecto colectivo. Por eso, tiende a uniformar el pensamiento, a moralizar la política, a censurar la disidencia bajo la bandera del “progreso” y a reemplazar el debate por el adoctrinamiento. Su concepto de democracia no es pluralista ni competitivo, sino tutelado: el pueblo puede votar, pero solo dentro de los límites que el poder considera “correctos”.

La democracia necesita límites al poder, respeto a la propiedad y libertad de conciencia. El socialismo, en cambio, necesita lo opuesto: concentración del poder, subordinación de la propiedad y control del pensamiento. No pueden coexistir.

Por eso, la respuesta es categórica: no, el socialismo democrático no puede existir. Nace con urnas, pero termina con consignas; promete justicia, pero produce sumisión; invoca la libertad, pero la destruye. El socialismo no fracasa porque lo apliquen hombres equivocados: fracasa porque su naturaleza lo hace incompatible con la libertad misma.

El socialismo democrático no puede existir. Nace con urnas, pero termina con consignas; promete justicia, pero produce sumisión; invoca la libertad, pero la destruye. El socialismo no fracasa porque lo apliquen hombres equivocados: fracasa porque su naturaleza lo hace incompatible con la libertad misma.