«El Padre que está en el cielo hace salir su sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos» (Mt 5,45).
Iluminar nuestra realidad desde las Sagradas Escrituras es, a veces, desafiante, sobre todo al tratar temas que no parecen estar en la Biblia, como nuestra falta de combustible y las largas colas de movilidades, camiones, motos y bidones en los surtidores para gasolina y diésel. En ninguna parte se habla del petróleo, el “oro negro” —literalmente “óleo de piedra”—, el producto más importante para la economía mundial actual.
Moisés no hizo salir petróleo de la roca, sino agua (Éxodo 17). El aceite bíblico era de olivo, para la cocina y las lámparas, no para movilidades y tractores. A Pedro, Jesús lo llamó así no por ser “energético” como el petróleo, sino por ser firme como piedra, y a veces, motivo de tropiezo, como una piedra en el camino (Mt 16,23).
Hoy sabemos que los combustibles que usamos empezaron como selvas y algas que fueron transformadas en petróleo durante millones de años. La energía que extraemos de ellos, después de refinar y quemar los hidrocarburos, tiene su origen en el sol, esa gran bola de hidrógeno y helio que, por su propia masa, produce la luz que llega a la Tierra y sostiene toda la vida que conocemos. Es, entonces, apropiado iluminar este tema con la observación de Jesús sobre el sol y la lluvia. Ambos produjeron el petróleo y sirven también para el biocombustible.
¿Qué hacemos los buenos y los malos con el petróleo en Bolivia y en el mundo?
Primero, nos movemos y transportamos cosas. En Bolivia seguimos sufriendo por la escasez de gasolina y diésel, y lo que compramos, además, es de mala calidad: arruina las bombas de gasolina y los inyectores de diésel.
San Pablo dijo a los sofisticados del Areópago de Atenas: «En Dios vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17,28). Aunque no solucione nuestro problema inmediato, sería bueno recordarlo cuando perdemos la paciencia en las colas de los surtidores. Quizás deberíamos aumentar la producción de biocombustible de mejor calidad para reducir nuestra dependencia del mercado mundial del petróleo fósil.
Un gran uso del petróleo es la generación de energía eléctrica, que a su vez utilizamos para todo, incluso para convertir la noche en día. Cualquier corte de luz provoca grandes molestias y crisis. En algunas ciudades, un apagón es inmediatamente aprovechado por los ladrones para saquear las tiendas. ¿Será que en unos años Bolivia tendrá que importar energía eléctrica? Existen proyectos hidroeléctricos, pero son muy cuestionados por sus impactos ecológicos.
Jesús dice: «Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8,12). Y también: «En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas» (Jn 3,19).
Hablando de malas obras: “Por cada kilo de pasta de coca se requieren unos 284 litros de gasolina. Además, hace falta combustible para hacer funcionar los generadores de los laboratorios” (Eldiario.es). Esto sirve de pretexto para que gasolina y diésel sean sustancias controladas y para privar a poblaciones fronterizas de surtidores, pero no parece afectar la producción de la droga. «Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas» (Jn 3,20). Así ocurre con los narcotraficantes y los corruptos.
El petróleo es también la base de los plásticos. Con ellos se puede fabricar casi cualquier cosa de manera barata, resistente a la corrosión y con aislamiento eléctrico, acústico y térmico. Pero son difíciles de reciclar y muy contaminantes, especialmente al desecharlos o quemarlos. No son biodegradables. La cantidad de plásticos en los océanos está por superar la biomasa de los peces.
Es como si se cumplieran las plagas destructivas de las cuatro trompetas del Apocalipsis, que destruyen la tercera parte de la tierra, de los océanos, de los ríos, y hasta del sol, la luna y las estrellas (Ap 8,7-12). Y lo peor está todavía por suceder: «¡Ay de los habitantes de la tierra, cuando resuenen las trompetas que ya se disponen a tocar los otros tres ángeles!» (Ap 8,13).
Conviene, entonces, frenar nuestro apetito consumidor. Entiendo que, si no hay consumo, quienes trabajan como esclavos en las fábricas pueden perder su fuente de ingresos. ¿No podríamos inventar otros empleos que mejoren la calidad de vida para ellos y para nosotros? Me parece una locura hacer nosotros y nuestros hijos lo que pueden hacer las máquinas y los robots con mayor facilidad y eficiencia. Podemos plantar árboles en vez de quemarlos, hacer obras de arte en lugar de pintar grafitis. «Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9). Podemos hacer mucho en este campo.
«No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen y los ladrones perforan las paredes y los roban. Acumulen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que perforen y roben. Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón» (Mt 6,19-21).
Para Elon Musk y su empresa SpaceX, los tesoros del cielo son sus 7.000 satélites para ofrecer Internet barato a la población mundial. Aun así, es una tontería prohibir el Starlink en Bolivia. Sospecho que no tiene nada que ver con la soberanía boliviana, sino con una obediencia ciega a la China atea.
Para Jesucristo, en cambio, el tesoro del cielo son los pobres, que nos darán la bienvenida en presencia de Dios y sus ángeles, como queda claro en su consejo al joven rico: «Jesús lo miró con amor y le dijo: “Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dáselo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme”» (Mc 10,21). En cambio, si los tratamos como lo hizo el rico en la parábola de Lázaro, quizás nos esperen las llamas de fuego en el infierno (Lc 16,19-31).
Volviendo a nuestra falta de gasolina y diésel en Bolivia, aunque el Padre del cielo seguirá haciendo brillar su sol y caer su lluvia, no podemos esperar millones de años para que se conviertan nuevas masas de bioma en petróleo. La gasolina más cara es la que no hay.
¡Ojo! Jesús considera el sol y la lluvia propiedad de Dios y no de nosotros. “No todo lo que es oro brilla” (Bilbo Bolsón, en El Señor de los Anillos), especialmente el oro negro. Prefiero paneles solares, cielos despejados, caminos pavimentados y autos híbridos. Algún día no hará falta el petróleo, tampoco el sol, mucho menos el oro. Habrá un cielo nuevo, una tierra nueva y una ciudad celestial que «no necesita la luz del sol ni de la luna, ya que la gloria de Dios la ilumina» (Ap 21,23). Espero pasear contigo por su plaza, pavimentada con oro transparente (Ap 21,21).
Dios te bendiga.