Editorial

La hora de la verdad

El domingo por la noche, cuando el país todavía digería los resultados que confirmaban su victoria, Rodrigo Paz le habló al país. No fue un discurso triunfalista...

Editorial | | 2025-10-21 00:10:00

El domingo por la noche, cuando el país todavía digería los resultados que confirmaban su victoria, Rodrigo Paz le habló al país. No fue un discurso triunfalista ni de celebración. Fue, más bien, una declaración de sobriedad, una intervención algo flemática. No hubo saltos, ni abrazos, ni el histrionismo típico de los vencedores. Se presentó con un traje oscuro, el rostro sereno, la voz pausada. No apareció Edmand Lara, su compañero de fórmula, que horas antes celebraba eufórico en Santa Cruz.

El gesto encierra mucho más que una postura estética. Es la señal de que Rodrigo Paz sabe que llegó la hora de la verdad. Sabe que ya no puede seguir matizando la realidad. Durante meses evitó decir lo que realmente piensa de la situación del país y lo hizo con una estrategia clara: no asustar al electorado. En Bolivia, decir la verdad se paga caro. Los candidatos que lo intentan terminan castigados por un pueblo que prefiere el consuelo antes que el diagnóstico.

Rodrigo Paz supo leer ese rasgo de los bolivianos. Prometió ajustes, no sacrificios. Habló de reordenar, no de reconstruir. Sugirió que el país estaba mal pero no quebrado, que había salida sin terapia intensiva. En un país donde más de un tercio de la población depende directa o indirectamente del Estado —a través de salarios, bonos o subvenciones—, decir la verdad económica es suicida. Paz eligió la media verdad: la crisis “se puede manejar” y le funcionó. Ganó con amplitud en occidente, donde el Estado es el principal empleador, y perdió en el oriente, donde predomina la economía productiva y la gente espera poco del poder público.

La campaña terminó y la realidad no espera. Rodrigo Paz sabe que no hay reservas suficientes, que el déficit fiscal es estructural, que el país importa más de lo que exporta, que los subsidios al diésel son insostenibles y que el dólar paralelo refleja la desconfianza más profunda de los últimos 20 años. Sabe que las empresas públicas son un barril sin fondo, que la inversión extranjera huyó, que el litio es un espejismo y que la deuda externa nos estrangula y nos pone al borde del default.

Esa es la verdad que ahora deberá enfrentar, sin adornos. Gobernar no es una campaña extendida y la euforia de la victoria dura menos de una semana. Lo que viene será difícil: aplicar una cirugía sin anestesia en un país acostumbrado a los placebos.

La prudencia de su discurso del domingo fue reveladora. Rodrigo Paz entiende que no puede gobernar con consignas, como lo hace Luis Arce, sino con decisiones impopulares, dolorosas e inevitables. Reducir el gasto público, sincerar precios, revisar subsidios, reconstruir la confianza y devolver credibilidad a un Estado que lleva años mintiendo con las cifras.

El país no le dará mucho tiempo. Su electorado, que creyó en la promesa de “ajustar sin sufrir”, pronto le exigirá resultados: dólares en los bancos, diésel en los surtidores, precios estables y empleos. Cuando esas demandas choquen con la realidad, comenzará su verdadero desafío: explicarle al pueblo que el problema no es de voluntad, sino de límites.

Rodrigo Paz llega a la presidencia en el momento más frágil de la economía boliviana en cuatro décadas. No hay margen para el error ni para el autoengaño. Si intenta prolongar la ilusión, el costo será el mismo que hundió a los anteriores gobiernos: la mentira económica.