Nos han vendido la historia de que la Edad Media fue una época oscura, llena de reyes todopoderosos que se divertían subiendo los impuestos a capricho, mientras sus súbditos, temerosos de Dios y la Iglesia, agachaban la cabeza.
¡Ese cuento es un mito! La realidad es mucho más incómoda para los amantes del estado grande, tal como se desprende de la historia fiscal recopilada por el experto Ryan McMaken, del Instituto Mises.
La gente odiaba profundamente los impuestos en la Edad Media y ese odio no era un síntoma de "oscurantismo", sino de un entendimiento muy claro de la propiedad privada.
Los súbditos medievales consideraban que los reyes y príncipes debían mantenerse con sus propios ingresos, que vivieran de sus propias tierras, rentas, peajes y derechos. Los impuestos no eran la norma, sino la excepción, el último recurso, en tiempos de guerra o alguna emergencia.
El impuesto era visto como algo parasitario, una sanguijuela que engordaba a costa del pueblo. La lógica era aplastante: si el rey ganaba, la gente perdía. No existía la idea de que los impuestos servían para hacer "prosperar" la economía o para el "bien común".
Tampoco es exacta la idea del cura aliado del rey opresor. Teólogos influyentes como Tomás de Aquino condenaron públicamente el aumento de impuestos, tildándolo de "pecaminoso". La Iglesia reconocía la propiedad privada como una base fundamental del orden social. A menudo, la creación de nuevos impuestos requería el permiso del mismísimo pontífice.
El príncipe medieval era visto como un juez y protector de la ley, no como el que puede disponer de los bienes ajenos. El pueblo hacía una distinción crucial: el patrimonio del rey era suyo, el patrimonio del pueblo no se tocaba y constantemente le recordaban que robarle al pueblo se pagaba con la muerte. De hecho, en la Edad Media jamás un monarca se atrevió a cobrar impuestos superiores al 10 por ciento por temor a ser colgado.
Si los medievales eran tan buenos limitando el poder, ¿cuándo cambiamos de opinión? ¿Cuándo nos convencimos de que los impuestos son buenos? El giro vino con el auge del Absolutismo (siglos XVI y XVII). Pensadores como Maquiavelo y sus sucesores comenzaron a despojar a la política de la moral cristiana. Argumentaron que el Estado, ahora visto como una entidad soberana separada del monarca, necesitaba una financiación constante y robusta para ser fuerte y grande. Los impuestos pasaron a ser una virtud necesaria para construir la nación.
Pero el golpe de gracia, el que realmente nos hizo "amar" los impuestos, fue la llegada de la democracia moderna y la idea de la "Voluntad General" de Rousseau. Si el rey te quitaba dinero, era un tirano, pero si "nosotros" (el pueblo, a través del estado) nos quitamos dinero, ¡eso es auto-gobernanza! Rousseau y sus seguidores lograron borrar la crucial distinción medieval: ya no había propiedad del rey versus propiedad del pueblo. Ahora, el Estado era una extensión de todos, y por lo tanto, cualquier cosa que hiciera, incluido confiscar y gastar, era un acto de nuestra propia voluntad.
Aceptamos los impuestos sin chistar, creyendo que el oscuro pasado es lo que vino antes de nosotros, ¡cuando en realidad esa lucha por la libertad fiscal ya se libró, y la perdimos, hace siglos!