
Francisca Viveros Barradas, mejor conocida como Paquita la del Barrio, fue una de esas mujeres que no pedían permiso para decir lo que muchas callaban. Con una voz poderosa y una lengua afilada, se convirtió en símbolo de empoderamiento femenino y denuncia al machismo. Nació el 2 de abril de 1947 en Alto Lucero, Veracruz, en un entorno humilde que moldeó su carácter indomable.
Desde niña mostró inclinación por la música, aunque la vida le cobró temprano sus primeras lágrimas. Perdió a gemelos recién nacidos y enfrentó una serie de desengaños amorosos que marcaron su historia. Esas heridas forjaron la fuerza de su voz: rabiosa, sincera, de despecho y resistencia, capaz de transformar el dolor en melodía.
Su carrera comenzó en los años setenta, cuando empezó a destacar en escenarios de la música popular mexicana. Mezcló rancheras, boleros y canciones del pueblo, y muy pronto su nombre se volvió sinónimo de verdad y valentía. Para muchas mujeres, escucharla era escucharse a sí mismas.
Sus letras eran dagas. En ellas no había espacio para la sutileza: Paquita disparaba sin aviso al ego masculino, al infiel, al abusador. Canciones como “Rata de dos patas” se convirtieron en himnos del desahogo colectivo, y frases como “¿Me estás oyendo, inútil?” pasaron al imaginario popular como sentencias de justicia emocional.
Pero no todos la aplaudieron. Hubo quienes la tildaron de resentida, de exagerar el despecho o de fomentar el rencor. Ella nunca se disculpó: sabía que su arte nacía de un trato desigual, de un dolor que pedía voz. “No canto por coraje, canto por memoria”, dijo alguna vez.
El 17 de febrero de 2025, esa voz se apagó. Paquita murió en su casa de Veracruz a los 77 años, víctima de un infarto de miocardio fulminante. Su familia pidió privacidad, pero trascendió que sus problemas cardíacos le habían impedido seguir en los escenarios. Su partida fue tan silenciosa como ruidosa fue su vida.
El infarto de miocardio, o ataque al corazón, es una de las emergencias médicas más comunes y letales. Ocurre cuando una de las arterias que lleva sangre al corazón se bloquea, impidiendo que el oxígeno llegue al músculo cardíaco. Sin oxígeno, el tejido empieza a morir, y cada minuto cuenta.
El bloqueo suele deberse a una acumulación de grasa y colesterol que forma la llamada “placa”. Si esa placa se rompe, se genera un coágulo que tapa la arteria. El dolor aparece como una presión en el pecho que puede irradiarse al brazo izquierdo, el cuello o la espalda, acompañada de sudor frío, mareo y angustia.
En las mujeres, los síntomas pueden ser distintos. A veces no hay dolor en el pecho, sino cansancio extremo, náuseas o malestar en la parte superior del abdomen. Por eso, muchos infartos femeninos se confunden con problemas digestivos o estrés.
Ante cualquier sospecha, la recomendación médica es clara: actuar de inmediato. No esperar a que el dolor pase ni conducir uno mismo al hospital. Un infarto puede derivar en paro cardíaco sin previo aviso.
El tratamiento depende de la rapidez. Los médicos pueden disolver el coágulo con medicamentos o abrir la arteria mediante un catéter con “stent”. Luego, el control de la presión, el colesterol y el abandono del tabaco son vitales para prevenir otro episodio.
La muerte de Paquita la del Barrio recuerda que el corazón no solo se rompe por amor. También por descuido, estrés o enfermedad silenciosa. Ella cantó contra las injusticias de la vida, pero su cuerpo no resistió la suya propia. Su legado, sin embargo, late todavía: una mujer que convirtió el dolor en poder, y cuya última lección fue cuidar el corazón que tanto hizo sentir.