
(El escenario está vacío. Solo un micrófono dorado, viejo pero altivo, sobre un taburete. Frente a él, una nube densa y engreída que responde al nombre de Ego. El público huele a tequila y heridas mal curadas.)
Micrófono: Bienvenido, Ego. Dicen que sin ti no habría canciones de Paquita. ¿Qué se siente ser la gasolina de tanto despecho?
Ego: Bueno… alguien tiene que darle sentido al drama, ¿no? Si no existiera el hombre que miente, ¿de qué cantaría tu dueña?
Micrófono: De la paz mundial, tal vez. Pero contigo rondando, lo único que hay son excusas con perfume barato y promesas de borracho.
Ego: No exageres. Yo solo doy confianza.
Micrófono: Confianza, le dices… Yo te he escuchado gritar “yo no fui”, incluso con el labial ajeno aún fresco en la camisa. Si eso es confianza, el cinismo es poesía.
Ego: Mira, Paquita tenía un problema: dramatizaba todo. Uno olvida un aniversario y de pronto eres “rata de dos patas”.
Micrófono: Olvidar, dice. Llamar a la amante por el nombre de la esposa es “olvido”, claro. Y cuando te descubren, te escondes detrás de frases como “no quería lastimarte”, el clásico karaoke de los cobardes.
Ego: Oye, tampoco somos monstruos. Tenemos sentimientos.
Micrófono: Sí, pero solo cuando los hieren. Cuando hieren a otros, lo llaman “instinto”.
Ego: (se acomoda) Paquita nunca entendió que el hombre necesita espacio.
Micrófono: Espacio tuviste, y lo llenaste con mentiras. Ella no te odiaba, te desenmascaraba. Cada vez que gritaba “¿me estás oyendo, inútil?”, el público entero se curaba un poco de ti.
Ego: Admito que me incomodaba. Esa mujer me desarmaba con un verso. Cada vez que abría la boca, yo perdía autoridad.
Micrófono: Y sin embargo, ahí estabas, inflándote con cada canción. Sin ti, sus letras no habrían ardido tanto. Te odiaba, sí, pero te entendía mejor que nadie.
Ego: ¿Y ahora? Ella ya no está. ¿Quién me desafía?
Micrófono: No te emociones. Dejaste demasiadas cicatrices. Cada mujer que canta sus canciones es una nueva versión de ella, lista para recordarte que ya no intimidas a nadie.
Ego: Entonces, ¿se acabó mi reinado?
Micrófono: No. Solo cambió de tono. Ahora, cuando una mujer dice “gracias, pero no soy tu segunda opción”, está usando mi voz. Y cuando tú intentas justificarte, el eco que te responde sigue siendo Paquita.
(Silencio. El Ego se desvanece. El micrófono, orgulloso, deja caer una última vibración en el aire:)
“Me estás oyendo, inútil.”
El que ausculta palabras, donde no llega el bisturí va la letra…