Con Evo Morales y Luis Arce en el poder, los cruceños han soportado los 20 años más despiadados del centralismo. Durante este tiempo, Santa Cruz ha sido constantemente humillada, menospreciada y presentada como una región de menor valía frente al eje político y económico andino. Lamentablemente, este fenómeno tiende a empeorar, tal como se desprende de la actitud que asume constantemente el principal referente que tiene hoy el andinocentrismo.
Aunque les duela admitirlo, el cocalero ha sido durante dos décadas la cara visible de todo lo que representa la clase dominante en Bolivia y, en este momento, ese rol lo está asumiendo el ex capitán Edman Lara, el hombre que tiene la batuta, la simbología y el carácter del proyecto político que aspira a adueñarse del gobierno. Su prepotencia y su resentimiento no son simples rasgos de temperamento: son la expresión viva de un centralismo que se aferra al poder con el mismo desprecio de siempre hacia Santa Cruz.
El reciente debate entre Juan Pablo Velasco y Edman Lara fue un espejo del país, y más específicamente, de la relación entre Santa Cruz y el centralismo andino que ha dominado Bolivia por 200 años. Lo que se puso en evidencia no fue únicamente la capacidad argumentativa de los participantes, sino la manera en que Santa Cruz, una región moderna, productiva y orientada al desarrollo, sigue siendo percibida y tratada por un centralismo que ya no solo es autoritario, sino decadente.
Velasco fue el fiel reflejo de lo que es Santa Cruz en su relación con el poder afincado en la Plaza Murillo: educado, medido, capacitado, moderno, con proyección, buscando aceptación, tratando de conectar, de convencer de que no somos lo que nos endilgan, casi pidiendo perdón por existir. En contraste, Lara fue la viva imagen del centralismo resentido: vulgar, limitado, arrogante, cargado de odio y prejuicio hacia el oriente boliviano. Mientras el primero intentaba construir puentes, el segundo se dedicaba a dinamitarlos con insultos, ironías y acusaciones infundadas.
Lo que se vio en ese escenario no fue solo un intercambio de ideas, sino una representación simbólica de Bolivia: una región que produce, innova y trabaja siendo constantemente vilipendiada por un poder central que vive del resentimiento. Lara encarnó esa versión de país que, en lugar de inspirar, denigra; que en vez de reconocer mérito, destruye reputaciones; que se alimenta de la confrontación porque carece de argumentos y de visión.
El centralismo no quiere una Bolivia posible, que mire hacia adelante, que apueste por la innovación, la producción y la ética. La mesura y prudencia de Velasco revelan el mayor error de Santa Cruz: su excesiva disposición a explicar, justificar y pedir permiso por su propio éxito. Mientras el centralismo desprecia, Santa Cruz intenta complacer; mientras el eje andino impone, Santa Cruz busca aceptación.
Esa es la raíz del problema. Mientras Santa Cruz no despierte y reconozca el peso específico que tiene —económico, cultural y político—, seguirá siendo tratada como una provincia rebelde a la que hay que domesticar.
El centralismo, aunque agotado y sin ideas, aún conserva el instinto de dominio y humillación. Está en decadencia, pero no caerá solo. Se sostendrá mientras Santa Cruz siga pidiendo permiso para ser lo que es. Cuando entienda que su voz no es disidencia sino liderazgo, el país podrá, por fin, equilibrar sus fuerzas y construir una Bolivia donde el respeto reemplace al resentimiento y el mérito sustituya a la imposición.