El balotaje entre los binomios Quiroga–Velasco y Paz–Lara, en lugar de representar una oportunidad histórica para reivindicar la política, se ha convertido más bien en un espectáculo deprimente. El debate democrático, maduro y con propuestas, no está presente. Lo que se observa es una competencia de miserias, falsas promesas, insultos y guerra sucia.
Muchas de las cosas que ofrecen son un insulto a la inteligencia: los 2.000 bolivianos de la Renta Dignidad (aunque “de a poquito”), el aumento del 25% de todos los bonos y el mantenimiento de la subvención a los combustibles. Prometen prosperidad en un país en bancarrota. Mienten y se inventan historias sin ningún rubor, como aquella, cínicamente expuesta por Rodrigo Paz, sobre “la niña del chicle”.
La demagogia siempre ha jugado con la esperanza popular, convirtiéndola luego en frustración colectiva. Ya lo advirtió Aristóteles: la demagogia es la deformación más peligrosa de la democracia.
Otro rasgo deleznable de las campañas en esta segunda vuelta es la guerra sucia, sobre todo en redes sociales. En esos espacios, el control y las sanciones son materialmente imposibles. Bajo ese amparo, y desde el anonimato o cuentas falsas, se lanzan acusaciones sin pruebas. Apoyados por la inteligencia artificial, propagan una enorme cantidad de rumores y chismes.
La guerra sucia entre los vicepresidenciales es, sin duda, más visceral. Sin énfasis en las propuestas y en busca de basura, escarban el pasado, poniendo de manifiesto sus escasos conocimientos sobre aspectos esenciales del funcionamiento del Estado y del Órgano Legislativo.
El duelo electoral, en ese sentido, no es una confrontación de proyectos políticos, sino un juego en el que quien arroje más basura tendrá más posibilidades de ganar. Desafortunadamente, dada la composición de nuestro electorado, la confrontación de programas y proyectos no tiene réditos electorales como sí los tienen las propuestas populistas y la guerra sucia.
Para cambiar radicalmente esa peligrosa deriva, conviene plantear un gran desafío a las dos duplas del balotaje. Puede parecer descabellado, pero sería la única forma de conocer con profundidad a los candidatos. Ellos mismos dicen tener algo en común: ese profundo “amor por Bolivia”. Este sentimiento, no sé si hipócritamente, lo repiten en todos los lugares y ocasiones. Dan a entender que estarían dispuestos a hacer cualquier sacrificio para tomar el poder y servir a Bolivia.
Si realmente aman a Bolivia, como lo repiten hasta la cacofonía, que lo demuestren con hechos. Que firmen, antes del 19 de octubre, ante Notario Público, la renuncia a todos sus bienes materiales en caso de llegar al gobierno. De ese modo, se comprometerían a entrar sin nada y salir sin nada. Solo así administrarían escrupulosamente los recursos del Estado sin preocuparse por su patrimonio. Si tanto dicen amar a Bolivia, firmar esa renuncia no debería ser un gran sacrificio.
Hace algunos años, en una columna anterior, ya había planteado este desafío a la clase política. La propuesta cobra nuevamente relevancia en el contexto del balotaje. Si por votos están dispuestos a “vender su alma al diablo”, veamos si por votos también están dispuestos a renunciar a sus bienes materiales.
Obviamente, como se trata de una transformación profunda que podría cambiar la historia y el futuro, los candidatos que se comprometan con esto tendrían enormes posibilidades de ganar, pues todos apoyaríamos esta iniciativa sin distinción alguna.
Si ese sacrificio por la patria es auténtico, ¿qué mejor manera de demostrarlo que renunciando públicamente a todos sus bienes? Solo así podríamos eliminar esa sospecha permanente de que los políticos no buscan servir, sino enriquecerse. La verdadera política no es un negocio: es un servicio.
Ciertamente, esta propuesta tenderá a ser objetada por idealista o fuera de contexto frente a la cruda realidad. Sin embargo, es más irreal prometer la multiplicación de bonos y el crecimiento instantáneo de la economía. Es extremadamente irresponsable ofrecer fantasías y soluciones mágicas a problemas estructurales.
Firmar esa renuncia notariada también sería un acto de coherencia. Si tanto hablan de sacrificios y de su inmenso amor por Bolivia, no tendrían por qué no hacerlo. Si esos discursos no son demagógicos, no tendrían por qué oponerse a renunciar a privilegios e intereses personales. Si tanto “desean” servir sin esperar nada a cambio, deben despojarse de lo propio para dedicarse a lo común.
El desafío es directo: si Quiroga–Velasco y Paz–Lara son coherentes con sus palabras, deben firmar esa renuncia notariada. Si no lo hacen, en el marco de su “tanto amor” por Bolivia, no serán más que unos pinches impostores. Se confirmará que, detrás de tanto discurso y parafernalia, lo único que hay es ambición personal y que su “amor por Bolivia” no es más que un disfraz, una máscara que oculta oscuras ambiciones.
Entrar sin nada y salir sin nada: esa debería ser la regla de oro de todo aspirante a la política. Solo así podríamos distinguir quiénes son verdaderos líderes y quiénes son mercaderes del poder.
El desafío está planteado: si “por amor a Bolivia” no renuncian a sus bienes materiales, son simples impostores. Su vocación no es el servicio, sino el negocio. Si hablan tanto de defender a Bolivia y de “sacrificarse por el pueblo”, la única forma de poner a prueba la autenticidad de esos discursos es con la renuncia notariada. Actúen en coherencia; de lo contrario, serán, como siempre, unos simples y ordinarios impostores.
*El autor es profesor de la carrera de Ciencia Política de la Universidad Mayor de San Simón.