La palabra clave del próximo gobierno será consenso, pues aun cuando la economía esté en terapia intensiva y necesite un médico que haga las amputaciones y curaciones más dolorosas, el éxito dependerá de que todos acepten la medicina. Eso en Bolivia es casi imposible: antes hay que convencer a las mafias políticas, a los politiqueros y a una pléyade de demagogos de que el remedio les conviene, no necesariamente para curar al país. En Bolivia la democracia es más difícil porque no basta con aplicar el tratamiento correcto: primero hay que convencer al enfermo de que la medicina no le provocará dolor. Lo peor es que la mayoría ni siquiera se da cuenta de la gravedad de la situación. La inflación descontrolada, las reservas agotadas y la dependencia de la importación de combustibles ya no son advertencias, son síntomas terminales. Los políticos tampoco hacen esfuerzo por decir la verdad. Algunos prefieren alimentar expectativas falsas, vender promesas inviables y apostar al corto plazo. Qué difícil gobernar un país donde nadie quiere escuchar el diagnóstico real, aunque la enfermedad avance sin freno.