
Entrevista ficticia entre Gabriela Mistral y su médico, en días en los que se pasa más entre líneas de textos que textualizando la vida misma…
Consultorio. Luz blanca, olor a alcohol y papeles. Gabriela entra con su paso lento y mirada de maestra que reprueba.
Médico: Señora Mistral, bienvenida. Veo en su ficha que ha perdido peso. ¿Preocupación?
Gabriela: ¿Preocupación? Llevo toda la vida en aulas llenas de niños gritando y gobiernos sordos. Esto es vacaciones para mí.
Médico: Entiendo… aunque el cuerpo suele avisar cuando algo no anda bien.
Gabriela: Y yo suelo avisar con poemas. A ver si mi páncreas aprende a escribir en verso en vez de doler.
Médico: No lo dudo. Sin embargo, necesitamos hacerle estudios para descartar algo serio.
Gabriela: Ah, los estudios. Me recuerdan a la burocracia de los ministerios: todos revisan, nadie resuelve.
Médico: Lo que resolvemos aquí es su salud. Podría tratarse de algo importante.
Gabriela: Todo en mí es importante, doctor. Pero adelante, clave sus agujas y aparatos. Estoy acostumbrada a que la vida me pinche.
Médico: Mantiene usted un sentido del humor admirable para la situación.
Gabriela: Humor no, doctor. Ironía. El humor distrae, la ironía despierta. Pregúnteles a mis poemas.
Médico: En cualquier caso, hay que cuidar su páncreas. Puede ser cuestión de vida o muerte.
Gabriela: Y yo pensaba que enseñar en un Chile olvidado era cuestión de vida o muerte. Mire qué ingenua.
Médico: Haré todo lo posible por ayudarla.
Gabriela: Eso suena a diplomático.
Le acepto la ayuda, pero no la compasión. Me basta con mis cicatrices y mis
metáforas.
Médico: Entonces acordamos estudios y tratamiento. Usted sigue escribiendo y yo sigo cuidándola.
Gabriela: Trato hecho. Aunque si mis versos sobreviven y yo no, ya ganamos la mitad de la batalla.
Médico: Si me permite, eso también es una forma de esperanza.
Gabriela: Llámelo como quiera, doctor. Yo lo llamo estilo.
El que ausculta palabras, donde no llega el bisturí va la
letra…