En el contexto del balotaje, los ofrecimientos de las dos duplas finalistas, Paz-Lara y Quiroga-Velasco, se revisten de repertorios populistas. En particular, este fenómeno se aprecia con mucha más intensidad en el acompañante de Rodrigo Paz, el capitán Edman Lara, cuyas propuestas, si bien resultan efectivas para captar votos en segmentos populares, son las más irrealizables.
La necesidad de votos y la desesperación por ganar a cualquier costo, incluso empeñando el alma al diablo, abren las puertas a propuestas y discursos que pueden seducir en lo inmediato, a costa de hipotecar el futuro. La democracia, con todas sus virtudes y defectos, jamás podrá evitar las derivas populistas. El soberano es quien decide. Por ello, el fantasma estará siempre presente.
El populismo es una estrategia recurrente para movilizar masas en torno a líderes carismáticos que se presentan como intérpretes exclusivos de la voluntad del pueblo frente a élites corruptas. La desigualdad social, los Estados débiles y la fragmentación social son su caldo de cultivo. El populismo, en ese sentido, es una marca persistente en las democracias latinoamericanas.
Ahora bien, el populismo no solo está presente en América Latina: ha resurgido también en Europa y en otros continentes. En los últimos tiempos ha irrumpido en los escenarios políticos como respuesta al descontento generalizado con los resultados de la política y de la democracia. El desencanto con la clase política tradicional —considerada corrupta, inepta y sinvergüenza— promueve la irrupción de estos liderazgos. El descontento y la frustración ciudadana son el terreno fértil en el que los populistas irrumpen con fuerza.
Ese desencanto abre el espacio para la aparición de líderes populistas, muchos de ellos “outsiders” (como el caso del capitán Lara), que se presentan como redentores frente al fracaso de las élites tradicionales. Para Cas Mudde, destacado estudioso del populismo, este es “una delgada ideología que confronta al pueblo frente a una élite corrupta”.
Ciertamente, definir el populismo es una tarea compleja. Como se observa, puede haber populismos de izquierda y de derecha, pues no constituye una ideología en sí misma. Es, más bien, un estilo de liderazgo, una forma de acceder y ejercer el poder. También puede entenderse como una estrategia política en la que el líder se erige como la voz auténtica del pueblo. Al construir esa dicotomía entre los de abajo y los de arriba, el populista se atribuye la capacidad de encarnar la soberanía popular.
En Bolivia, el populismo ha tenido dos expresiones principales: primero con el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) en 1952 y, más recientemente, con el Movimiento al Socialismo (MAS), encabezado por Evo Morales en el llamado “proceso de cambio”. Este último se proclamó no solo como la expresión “genuina” del pueblo, sino como el mesías que vino a “salvar a Bolivia”.
El prolongado gobierno populista de Evo Morales, bajo la fachada de un discurso inclusivo y reivindicativo, terminó destrozando Bolivia. El caudillo sometió la justicia a su antojo, concentró un enorme poder y acabó hipertrofiando su ego y vanidad. Sus síntomas de narcisismo y su indebida convicción de grandeza todavía los exhibe cotidianamente en su radio Kawsachun Coca.
Las políticas populistas de Morales dilapidaron la mayor bonanza económica de la historia. Sin diversificar la economía ni fortalecer las bases productivas, se farrearon y robaron la renta de los hidrocarburos. Dejaron la economía en ruinas, las instituciones corroídas, la justicia instrumentalizada y el país dividido.
El binomio Paz-Lara, con sus inviables propuestas, es sin duda un binomio populista. Pretende captar al electorado que no reflexiona y que vota solo guiado por sus emociones y sentimientos. Es absolutamente irresponsable, por las connotaciones que tiene, prometer la legalización de autos indocumentados. Ofrecer el aumento de bonos sin el debido sustento es una verdadera aberración. Pero ese es el estilo populista: a cambio de votos, alimentan expectativas imposibles de cumplir.
En el escenario actual de aguda crisis fiscal y fragilidad económica, el populismo electoral no solo es un engaño, sino una terrible amenaza para la estabilidad del próximo gobierno.
La continuidad o el retorno del populismo en Bolivia, bajo nuevas formas y rostros, debe ser visto con mucha cautela. La historia reciente demuestra que, cuando los liderazgos populistas llegan al poder, erosionan las instituciones, dilapidan los recursos públicos y dejan a los países atrapados en crisis más profundas de las que prometieron resolver.
A estas alturas, Bolivia no está en condiciones de soportar otro ciclo de funestas aventuras populistas. En este balotaje, más allá de simpatías o antipatías políticas, está en juego el futuro. O apostamos por la responsabilidad institucional o, una vez más, ese electorado que no reflexiona pero que define los resultados se dejará arrastrar por los cantos de sirena.
El populismo, ayer como hoy, sigue siendo una gran amenaza para la salud de la democracia.
*El autor es profesor de la carrera de Ciencia Política de la Universidad Mayor de San Simón.