Editorial

¿Aguantará Santa Cruz?

Este 24 de septiembre, Santa Cruz vuelve a celebrar su efeméride departamental con la misma mezcla de orgullo y rabia contenida. Orgullo, porque sigue siendo...

Editorial | | 2025-09-24 00:01:46

Este 24 de septiembre, Santa Cruz vuelve a celebrar su efeméride departamental con la misma mezcla de orgullo y rabia contenida. Orgullo, porque sigue siendo el motor económico de Bolivia, el refugio de quienes quieren trabajar y progresar, el territorio que alimenta al país y sostiene sus finanzas. Rabia, porque, pese a todo ese aporte, el centralismo andino sigue tratándolo como el patito feo, al que hay que frenar, estigmatizar y castigar. La pregunta es inevitable: ¿aguantará Santa Cruz?

Durante décadas, la región ha soportado lo que ninguna otra. Aguantó la hiperinflación de los años 80 sin que el Estado moviera un dedo. Aguantó el abandono de la inversión pública. Aguantó el centralismo que siempre le puso freno de mano. Y en los últimos veinte años, ha aguantado el populismo del MAS, que desde Evo Morales hasta Luis Arce no ha tenido otro objetivo que debilitar el modelo cruceño, enemigo de la propiedad privada, enemigo del emprendedor y de la libertad.

Pero Santa Cruz sigue en pie. Produce alimentos, genera empleos, paga más impuestos que nadie, atrae a miles de migrantes del occidente expulsados por un modelo económico fallido. Santa Cruz sostiene a Bolivia, y aún así el resto del país la mira con resentimiento, como si su éxito fuese una amenaza. El poder central no quiere que Santa Cruz crezca porque sabe que eso significaría perder hegemonía política, perder control y perder el monopolio de un modelo estatista que ya destruyó la minería, el gas y ahora busca destruir la agricultura y la industria cruceña.

La paradoja es brutal: Bolivia no tiene futuro sin Santa Cruz, pero lo trata como enemigo. Sin Santa Cruz, el país no come, no exporta, no recauda. Sin Santa Cruz, Bolivia es inviable. Y, sin embargo, en lugar de reconocerlo, el centralismo insiste en ahogar lo único que funciona. Esa actitud no solo es injusta: es suicida.

Hoy muchas empresas ya han comenzado a emigrar a Paraguay, donde pueden trabajar en paz, importar y exportar sin la asfixia de un Estado hostil. Si esa fuga se acelera, no será Santa Cruz quien pierda, será Bolivia entera la que se quede sin motor, sin locomotora y sin futuro. ¿De verdad puede el país darse ese lujo?

Este 24 de septiembre, la pregunta no es si Santa Cruz seguirá aguantando —porque ha demostrado que puede aguantar todo—. La pregunta es si vale la pena seguir cargando con el fracaso de un país que no quiere aprender. Porque el centralismo vive de Santa Cruz, lo exprime, lo castiga, lo odia y, al mismo tiempo, no puede vivir sin él. Esa contradicción es insostenible.

Bolivia debe decidir: o sigue destruyendo a Santa Cruz hasta agotarlo, o por fin lo deja desplegar sus alas y convertirse en el cisne que lidere el progreso. No se trata de privilegios, se trata de dejar de castigar al único modelo que ha dado resultados. Este aniversario no debería ser un festejo vacío, sino un grito de advertencia: Santa Cruz puede seguir aguantando, pero no para siempre. Y el día que deje de hacerlo, Bolivia descubrirá que lo perdió todo.

Este aniversario no debería ser un festejo vacío, sino un grito de advertencia: Santa Cruz puede seguir aguantando, pero no para siempre. Y el día que deje de hacerlo, Bolivia descubrirá que lo perdió todo.