A la hora del repique, lo que cuenta son los votos, resultados esperados por la lógica de los antecedentes o, debido a causas recién develadas que corrían bajo la superficie de opinión —poco visibles, pero no extrañas en el mundo de las sorpresas—.
Al final de la primera vuelta, el PDC totalizó 1,71 millones; LIBRE, 1,43 millones. Los nulos, con un registro inédito, sumaron 1,36 millones, cantidad que, haciendo bien las cuentas, puede definir al ganador.
Al iniciarse el proceso electoral de 2025, la oposición neoliberal propuso la fórmula de unidad. Clamores desesperados justificaban que era la opción segura para derrotar al MAS. Como primera intención, instalaron la mesa de la unidad y se publicaron imágenes de representantes políticos estrechándose las manos. A las pocas semanas el entusiasmo se esfumó: fracasaron los amagos fingidos.
El imprudente ingenio avivado y las movidas desaprensivas de algunos sirvieron de pretexto para otros, y al final, después de llenarse mutuamente los ojos de arcilla, en su irrefrenable tendencia al fracaso decidieron exponerse, separados, a la decisión popular, no sin antes promover encuestas con resultados que, como se comprobó más tarde, estaban errados: el cuarto resultó primero, y el primero quedó afuera.
La actitud terca de los “irremplazables” echó por tierra su probabilidad de ser gobierno en primera vuelta. Los finalistas obtuvieron en total 3,14 millones de votos. En los hechos, los válidos fueron sobre todo urbanos, y los nulos, como se venía anunciando, de provincias y zonas rurales.
Los doscientos ochenta mil votos de diferencia a favor del PDC no son suficientes, pues quedaron disponibles 2,5 millones. En este contexto, ninguno de los partidos está para juegos puritanos; por ejemplo, exigir que los votos sean principistas y racionales, o que respondan a programas pretenciosos para ser aplicados desde el gobierno. Los votos cuentan, aun cuando vengan de los demonios.
“Las puertas están abiertas para quienes quieran sumarse al proyecto”, dicen: una invitación prometedora dirigida al adversario tan pronto se asome; una colecta de votos anónimos o repentinamente negociados. El detalle es sumar: “Voten por mí, colegas, que para todos habrá pegas”.
Lo importante es conseguir votos, más allá de que provoquen desacuerdos, furia o exaltación. Los votos son voluntades, son decisiones, son maneras de ver. Contemplar la mesa donde se abren las papeletas y los cuadrados de las pizarras no es producto de magia: se acumulan raya tras raya y suman millones; es la sentencia de los ciudadanos. ¿Acertada? ¿Equivocada? “Según el color del cristal con que se mire”.
El cómputo es un acto mecánico de ingresar datos y entregarlos al proceso digital de los algoritmos. El resultado se mostrará en millones, y ganará por mayoría simple el binomio que tenga más votos. En el fondo, a pesar de tanta violencia política y alboroto, no parece complicado: es solo sumar decisiones, tal como la democracia manda.
*1era parte: El Diario, ed. 19/01/2024
**Periodista