El candidato a la vicepresidencia por el PDC, Edman Lara, se niega a firmar el compromiso para evitar la guerra sucia porque, en realidad, tendría que callarse. No se trata solo de moderar los insultos que lanza a diestra y siniestra, sino de evitar las torpezas que él mismo convierte en armas contra su propia imagen. Interrumpirlo sería innecesario y equivocado. Como decía un filósofo, los únicos seres que no tienen depredadores son los imbéciles, y lo más sabio es dejarlos trabajar tranquilos cuando están ahorrándonos trabajo. Lara cumple esa función con esmero: cada intervención suya es un autogol, un desgaste que no requiere de adversarios externos. Lo que él presenta como “denuncia” o “valentía” no pasa de ser un ruido que debilita a su propio frente. La política boliviana ya ha sufrido demasiado con discursos de confrontación, con relatos de guerra sucia usados para justificar fracasos o desmanes. Hoy, más que nunca, se necesita claridad, pero Lara parece más ocupado en dinamitar su propia credibilidad que en construirla. Al final, la pelea no es con sus rivales. Es Lara contra Lara.