Editorial

La opción del centralismo

Por qué una figura como Ronald MacLean, un hombre de derecha, un liberal, un profesor de Harvard, un conservador, un hombre republicano y demócrata, insiste una y otra vez...

Editorial | | 2025-09-11 06:40:02

Por qué una figura como Ronald MacLean, un hombre de derecha, un liberal, un profesor de Harvard, un conservador, un hombre republicano y demócrata, insiste una y otra vez a través de su columna de opinión, que Tuto Quiroga debe bajarse de su candidatura y rendirse a los pies de Rodrigo Paz, el sorpresivo y sospechoso ganador de la primera vuelta del pasado 17 de agosto.

Lo que ocurre es que MacLean y todos los grandes cerebros andinos son, antes que nada, defensores a ultranza del statu quo andinocentrista y centralista que prevalece sobre todas las ideologías, sistemas y principios políticos, es la razón de ser de la clase hegemónica que gobierna este país desde hace 200 años y que no admite reformas estructurales al estado boliviano que atenten contra ese poder establecido, por más anacrónico y perjudicial que sea.

El centralismo boliviano es un monstruo que se alimenta de la concentración de poder en La Paz y del monopolio cultural y político del occidente andino. Su lógica es sencilla: mientras más dependientes sean las regiones, mientras más subordinada sea la economía al aparato estatal, más fácil resulta controlar los recursos y sostener una élite burocrática y parasitaria. No importa si el país se hunde en la recesión, si las oportunidades escasean o si la emigración se multiplica; lo único que importa es mantener el control.

Apostar por Rodrigo Paz, un candidato sin plan real de gobierno, acompañado de Edman Lara, un populista renegado, es la opción correcta para el centralismo, pues lo contrario sería inclinarse por romper las cadenas del atraso y plantearse una transformación radical: un nuevo modelo de Estado que descentralice el poder, que impulse la producción, la inversión y la diversificación económica. Un modelo que reconozca que las regiones no pueden seguir subordinadas a los caprichos de la Plaza Murillo, sino que deben convertirse en polos de desarrollo con autonomía real.

Durante 20 años, la clase hegemónica andina se sintió muy cómoda con Evo Morales y Luis Arce, quienes se presentaron como los campeones de los excluidos, pero nunca desmontaron el modelo centralista. Al contrario, lo reforzaron con un aparato estatal hipertrofiado, con subsidios y prebendas que generaron obediencia, no desarrollo. El MAS ha sido, en esencia, el mejor garante de ese centralismo que asfixia a las regiones productivas y que bloquea el surgimiento de verdaderos polos productivos en los departamentos.

Rodrigo Paz, con su discurso ambiguo y su alianza con Lara, aparece como la continuidad de ese esquema. No importa que su victoria sea sospechosa, que carezca de propuestas o que su fórmula anuncie un futuro aún más sombrío que el que dejó el MAS; lo que importa es que garantiza que nada cambie. Y nada conviene más al centralismo que la inercia.

Bolivia necesita orientarse hacia el desarrollo, la productividad y competitividad, pero eso implicaría redistribuir poder, abrir rutas hacia el Atlántico y el Brasil, fortalecer la empresa privada y dejar atrás la lógica rentista. En otras palabras, sería el fin de la burguesía parasitaria que ha vivido de espaldas al país real, esa élite que, disfrazada de “democrática” o “progresista”, ha monopolizado el poder desde la fundación de la República.

Bolivia necesita orientarse hacia el desarrollo, la productividad y competitividad, pero eso implicaría redistribuir poder, abrir rutas hacia el Atlántico y el Brasil, fortalecer la empresa privada y dejar atrás la lógica rentista. En otras palabras, sería el fin de la burguesía parasitaria que ha vivido de espaldas al país real, esa élite que, disfrazada de “democrática” o “progresista”, ha monopolizado el poder desde la fundación de la República.