Clepsidra

La cocaína y la guerra

La cocaína y la guerra
Álvaro Riveros Tejada | Columnista
| 2025-08-21 07:14:35

A pesar de la incompatibilidad de los conceptos que intitulan la presente entrega, existe una coexistencia entre ellos, generada especialmente por las mafias de la droga, que le han dado a este subproducto de la “hoja sagrada” el carácter de “commodity”, anglicismo que en español se utiliza para significar un producto u objeto de comercialización que, al ser criminalizado, crea cárteles económicos de tal magnitud, que permiten violar las normas y amasar fortunas inimaginables.

Desde el siglo pasado, hasta nuestros días, de los mil millones de dólares que negociaba, a un millón de millones de dólares que tranza en la actualidad, es un serio impacto a cualquier negocio, cosa que resultaría ridículo desconocer.

No olvidamos que drogas como la morfina y la cocaína se usaban, tanto para fines médicos, como para mejorar el rendimiento de la tropa. La cocaína, en particular, no estaba controlada en ese tiempo y bajo el nombre comercial de Pervitin, era distribuida entre los soldados alemanes para potenciar su resistencia, reducir la fatiga y eliminar el miedo en combate. De ahí que no es difícil colegir la demanda actual, frente a la gran cantidad de frentes bélicos en el planeta.

Sin embargo, tras la guerra del Vietnam, muchos soldados que consumían droga se hicieron adictos y comenzaron a experimentar episodios de paranoia extrema. Hecho que derivó en una lucha frontal contra el narcotráfico, impuesta por la diplomacia norteamericana, como condición “sine qua non” para obtener la certificación, de los EE.UU. sin la cual el país que de ella careciera era y es sacado del sistema financiero internacional. Trump ha decidido encarar el problema como lo que es: un asunto de cumplimiento de la ley y no de diplomacia.

La subida del MAS al poder, cobijado por una organización internacional como el Foro de Sao Paulo, fundado por Fidel Castro, Lula da Silva, Hugo Chávez y otros personajes más cercanos a los cárteles de la droga que a los “vetustos principios del puritanismo estadounidense”, decretó el fin de las tratativas diplomáticas con los EE.UU. expulsando a la DEA y al embajador Goldberg de Bolivia y creando en el corazón de nuestra bicentenaria República, un Estado dentro de ella, donde no tienen ingreso ni las fuerzas militares o policiales y por supuesto, menos los bolivianos que no pertenecemos, ni conocemos los secretos de la agroquímica. Sólo la Providencia y la sabiduría popular pudieron salvarnos de caer más profundo y volver a retomar nuestros antiguos valores nacionales y morales.

A veinte años, que aún dura esta tragedia, los bolivianos sentimos inermes, cómo fuimos narcotizados; podemos permanecer horas en una fila de espera por Diesel o gasolina, sin un atisbo de protesta. Es más, celebramos agradecidos la llegada de la cisterna que paliará nuestras necesidades, haciéndole reverencias, de la misma forma que le haríamos al cajero automático que nos da nuestro dinero.

Es más, dicho comportamiento nos recuerda al sopor en el que vivía Hitler en los últimos días de la guerra, al fragor de la droga que le suministraba su médico de cabecera, Dr. Morell, quien ordenaba no despertarlo bajo ninguna circunstancia.

Hasta que llegó el Día D, la mayor operación de la era moderna por aire, mar y tierra que ocurriría desde Calois, el punto más estrecho entre Inglaterra y Francia, y donde los alemanes concentraron su mayor poderío. Cuando los aliados, por habilidad de sus mandos, desembarcaron en Normandía, era vital mover todo el aparato defensivo, para lo cual era obligatorio consultar a Hitler. Pobre del que desobedeciera… El teléfono del amo repicó cien o mil veces, empero la respuesta fue inamovible: “El Führer duerme, y hay orden de no despertarlo”. Fue entonces que uno de los generales dijo: “Los libros de historia dirán que perdimos la guerra porque su máximo jefe dormía la siesta. Más que un drama, será una grotesca comedia” Parodiando lo citado, esperamos no perder la guerra a la Cocaína.

Álvaro Riveros Tejada | Columnista