El voto masivo y contundente de los ciudadanos dejó en claro un mensaje que no admite interpretaciones ambiguas: la mayoría del país no quiere más al Movimiento al Socialismo. No quiere más socialismo, populismo, ni nada que represente los veinte años de Evo Morales y Luis Arce. No quiere odio, resentimiento ni división. Esa fue la motivación más intensa y decisiva que movió a los bolivianos.
La evidencia está en los resultados: los tres candidatos que alcanzaron más del 60% de la votación —Rodrigo Paz, Jorge “Tuto” Quiroga y Samuel Doria Medina— representaron, cada uno a su manera, la opción del cambio frente al MAS. Todos ellos se presentaron como alternativas al oficialismo, como opciones capaces de romper con un ciclo de manipulación de la justicia, corrupción, persecución política y abuso de poder. Los candidatos ligados a la izquierda, como Andrónico Rodríguez o Eduardo del Castillo, obtuvieron resultados marginales, demostrando el agotamiento de un modelo fracasado y rechazado por la mayoría.
En segundo lugar, fue un voto de esperanza. El boliviano quiere salir de la crisis económica que golpea a todos los sectores. Quiere dólares, combustible, estabilidad y empleo. Busca que se apliquen reformas estructurales serias y que el Estado deje de ser una máquina de trabas y corrupción. Por eso premió a los candidatos que, más allá de sus diferencias, ofrecieron capacidad técnica, seriedad y un compromiso de rescatar al país del colapso.
De cara a la segunda vuelta, la pregunta clave es: ¿quién logrará concentrar ese mandato popular? El que gane no será el que más grite contra el MAS, sino el que represente con mayor claridad las tres demandas centrales expresadas en las urnas. La primera, el rechazo absoluto al populismo y al autoritarismo. Cualquier guiño a las viejas prácticas del MAS será castigado con dureza. Si un candidato se deja tentar por discursos de odio, caudillismo o demagogia, estará perdiendo la confianza ganada.
La segunda demanda es la capacidad de gestión. El electorado quiere propuestas concretas sobre cómo resolver la crisis: cómo reactivar la producción, atraer inversión, restablecer la confianza internacional, asegurar dólares y combustible. El país ya no cree en promesas vacías ni en soluciones mágicas; quiere ver un plan serio y viable.
Un factor adicional no menor es el de la justicia. La persecución política, los presos injustamente detenidos como Jeanine Áñez y Luis Fernando Camacho y la manipulación judicial fueron símbolos del abuso del MAS. Los candidatos que hoy concentran el voto opositor tienen la obligación de liderar el reclamo de una justicia libre e independiente. No basta con prometerlo para mañana; deben exigirlo desde hoy.
El boliviano ya mostró con claridad lo que no quiere: no quiere más MAS, no quiere más populismo ni división. Lo que ahora busca es liderazgo capaz, propuestas serias y renovación real. El candidato que logre encarnar con coherencia estos tres elementos será quien gane en segunda vuelta.