El aspirante a caudillo Edman Lara ha desatado una tormenta política. Sus poses histriónicas, frases grandilocuentes y tono mesiánico no solo le han granjeado críticas de opositores, sino también celos dentro del propio evismo. No es casual: en el imaginario de los seguidores de Evo Morales, solo él puede ostentar el título de “jefazo”, el único capaz de detener la luna o el sol con su dedo. El problema es que tantos años de culto a la personalidad crearon pedagogía política. Hoy, emerge un capitán que quiere convertirse en amo de Bolivia en tiempo récord, al punto de proclamarse como víctima en nombre del pueblo: “Ataque a Lara es ataque al pueblo”. La fórmula no es nueva; Evo se autoproclamó “Evo-pueblo” y no tardará el candidato a vice en hacer lo mismo. Los evistas lo tildan de resentido, de vendedor de ilusiones y de caudillo improvisado. Pero, más allá de las formas, lo preocupante es la reproducción del mismo modelo personalista que tanto daño ha hecho al país. Lara no rompe con el pasado, lo imita con descaro.