
Marilyn Monroe, nacida como Norma Jeane Mortenson el 1 de junio de 1926 en Los Ángeles, se convirtió en uno de los íconos culturales más influyentes del siglo XX. Su niñez estuvo marcada por la inestabilidad: su madre padecía problemas de salud mental, lo que la obligó a crecer entre orfanatos y familias de acogida. Desde temprano, conoció la vulnerabilidad, pero también cultivó una fuerza interior que más tarde la llevaría a conquistar Hollywood.
A los 16 años se casó con James Dougherty, en un intento por escapar del orfanato. Aunque el matrimonio fue breve, significó para ella un primer paso hacia la independencia. Poco después, su vida dio un giro inesperado cuando un fotógrafo la descubrió mientras trabajaba en una fábrica durante la Segunda Guerra Mundial.
Con el cabello teñido de rubio y una magnética presencia frente a la cámara, Norma Jeane comenzó su carrera como modelo y rápidamente atrajo la atención de los estudios de cine. Fue entonces cuando adoptó el nombre artístico que la inmortalizaría: Marilyn Monroe. Con la 20th Century Fox, inició un ascenso meteórico hacia el estrellato.
Su consagración llegó con películas como Los caballeros las prefieren rubias (1953), La comezón del séptimo año (1955) y Con faldas y a lo loco (1959). Aunque la industria la encasillaba en papeles de “rubia ingenua”, Marilyn buscó trascender, estudiando en el Actors Studio para ganar credibilidad como actriz dramática. Lo logró con títulos como Bus Stop (1956) y Vidas rebeldes (1961).
Detrás del glamour, su vida privada fue turbulenta: matrimonios fallidos, romances mediáticos, presiones de la fama y episodios de depresión. Su deseo de ser tomada en serio y de encontrar afecto genuino convivía con una creciente dependencia a medicamentos para la ansiedad y el insomnio.
El 5 de agosto de 1962, Marilyn Monroe fue hallada muerta en su casa de Los Ángeles a los 36 años. La versión oficial indicó una sobredosis de barbitúricos, un grupo de fármacos sedantes muy utilizados en su tiempo, pero cuya peligrosidad era tan alta como su eficacia clínica. Su partida prematura no solo conmocionó al mundo del espectáculo, sino que puso de relieve los riesgos de un medicamento aparentemente común.
La historia de los barbitúricos comienza en 1864, cuando el químico alemán Adolf von Baeyer sintetizó el ácido barbitúrico. El origen de su nombre está rodeado de leyendas: algunos aseguran que fue inspirado por una joven llamada Bárbara que el científico conoció en una taberna, mientras que otros lo atribuyen al día de Santa Bárbara. Sea como fuere, el hallazgo abrió un nuevo capítulo en la farmacología.
No fue hasta 1903 cuando Emil Fischer y Joseph von Mering desarrollaron el barbital, comercializado como Veronal, el primer barbitúrico de uso médico. Pronto surgieron variantes como el fenobarbital, que se aplicaban en tratamientos para la epilepsia, la ansiedad y el insomnio. Durante décadas, se convirtieron en un pilar de la medicina moderna.
Sin embargo, su mayor virtud escondía un riesgo mortal. Los barbitúricos poseen un margen terapéutico muy estrecho: la dosis necesaria para inducir sueño o calmar la ansiedad está peligrosamente cerca de la cantidad que puede causar una depresión fatal del sistema nervioso central. Al combinarse con alcohol, el efecto se potencia y puede derivar en una rápida falla respiratoria.
El caso de Marilyn Monroe se convirtió en uno de los más emblemáticos de los peligros asociados a estos fármacos. No fue la única figura pública afectada: Judy Garland murió en 1969 por una sobredosis similar, y otros artistas como Peter O’Toole enfrentaron serias complicaciones de salud por su consumo prolongado.
El problema no era solo la toxicidad, sino la facilidad con que el cuerpo desarrolla tolerancia, empujando a los pacientes a incrementar dosis cada vez más peligrosas. Además, la abstinencia podía ser devastadora, con temblores, ansiedad extrema e incluso convulsiones. Por ello, a partir de los años setenta, muchos países comenzaron a restringir drásticamente su prescripción.
Hoy en día, los barbitúricos se utilizan solo en casos muy específicos, como epilepsia resistente o anestesia controlada. Han sido sustituidos en gran medida por benzodiacepinas y otros fármacos más seguros. Sin embargo, su sombra permanece como advertencia: la línea entre tratamiento y tragedia puede ser tan delgada como una dosis mal calculada.
La historia de Marilyn Monroe es inseparable de la de los barbitúricos. Ella, que iluminó con su talento y su belleza una época entera, terminó apagada por un medicamento que simboliza tanto los avances como los riesgos de la medicina moderna. Su legado es también un recordatorio: detrás de cada fármaco hay vidas que pueden salvarse, pero también perderse si no se actúa con prudencia y responsabilidad.