Editorial

Acabemos con el caudillismo

Lao Tse, el sabio taoísta, decía que el mejor líder es aquel del que apenas se sabe que existe. Un gobernante así no necesita estar en la portada de todos los diarios...

Editorial | | 2025-08-14 07:01:21

Lao Tse, el sabio taoísta, decía que el mejor líder es aquel del que apenas se sabe que existe. Un gobernante así no necesita estar en la portada de todos los diarios ni inaugurar cada obra con su nombre grabado en mármol. Su mérito no se mide por el ruido que hace, sino por la armonía que deja. Esa idea, profundamente liberal, ha sido recogida por pensadores y economistas modernos: el papel del Estado y de sus dirigentes no es dirigir cada paso de la sociedad, sino crear las condiciones para que las personas puedan desarrollarse en paz, producir, innovar y progresar.

Bolivia ha vivido demasiado tiempo en la dirección opuesta. Cualquiera se siente caudillo y quiere actual como tal. Hemos tenido líderes que se sienten imprescindibles, que no soportan estar un día sin aparecer en televisión, que inauguran desde canchas de barrio hasta tuberías de agua como si fueran epopeyas históricas. Líderes que creen que la política es un espectáculo y que ellos son la estrella principal. Ese culto a la personalidad, llevado al extremo ha sofocado el espíritu emprendedor de los bolivianos, porque cuando el caudillo quiere estar en todo, termina estorbando en todo.

Un buen liderazgo se parece al motor de un automóvil: no se ve, pero es esencial para que el vehículo avance. Los líderes que se exhiben constantemente, que gobiernan a golpe de micrófono y cadena nacional, son como motores que se empeñan en salir por el capó: terminan distrayendo, bloqueando y, muchas veces, rompiendo la máquina.

Necesitamos dirigentes que trabajen como la gallina que cacarea después de poner el huevo, no antes. En la cultura política boliviana se grita y se hace juerga aunque no haya qué mostrar. El tiempo, la energía y los recursos se gastan en propaganda y en alimentar un relato personalista, no en resolver problemas reales.

El hiperpresidencialismo y el caudillismo son formas de gobierno caras, ineficientes y profundamente desgastantes para una democracia. Concentrar poder y atención en una sola figura debilita las instituciones, porque todo se supedita a la voluntad del líder. Un país así depende de una persona, y no de un sistema sólido y predecible. Y cuando ese líder falla, se arrastra a toda la nación.

Los verdaderos héroes de una sociedad no son quienes cortan cintas ni dan discursos inflamados. Son los padres que trabajan para dar un mejor futuro a sus hijos, los estudiantes que se preparan con disciplina, los productores que innovan en el campo, los emprendedores que arriesgan su capital, los obreros que construyen día a día, los maestros que siembran conocimiento. Esos son los que mantienen a flote el país, no los políticos que viven de prometer y figurar.

Bolivia necesita menos luces enfocadas en el palacio presidencial y más luces encendidas en las fábricas, en las aulas, en los laboratorios y en los talleres. Necesita gobernantes que comprendan que su función es facilitar, no entorpecer; abrir caminos, no llenarlos de trámites; garantizar reglas claras y justicia imparcial, no convertirse en árbitros caprichosos de la economía y la sociedad.

No queremos líderes omnipresentes, que nos traten como súbditos necesitados de su bendición diaria. Queremos instituciones que funcionen sin importar quién esté al mando. Queremos que la política deje de ser un reality show y vuelva a ser un servicio discreto y eficiente. Queremos que los políticos trabajen como el aire: invisible, pero vital cuando hace falta.