
Samuel Doria Medina amaneció este miércoles con un espaldarazo inesperado. Alejandro Almaraz, exviceministro de Tierras de Evo Morales y figura central de las polémicas reformas agrarias de la primera década del masismo, anunció que votará por él el próximo domingo. La noticia, en cualquier otro contexto, habría sido un triunfo para la narrativa de unidad contra el oficialismo. Pero en el mapa político boliviano, ese abrazo se volvió tóxico en cuestión de horas.
El video, publicado a primera hora en las redes de Doria Medina, mostraba a Almaraz argumentando su decisión: urgencia de desalojar al MAS del poder, concentración del voto en el mejor posicionado y la garantía de no retroceder en ciertos logros formales del “proceso de cambio”, como la Constitución. Un mensaje directo, con guiños a figuras de la lista de Unidad como Cecilia Requena, Toribia Lero y Juan del Granado.
Pero lo que pudo ser un activo electoral se transformó en una pesada carga. Apenas el video comenzó a circular, Luis Fernando Camacho, gobernador cruceño y principal socio político de Doria Medina en la alianza Unidad, estalló en redes: calificó a Almaraz de “delincuente masista” y juró que jamás aceptaría su apoyo. En Santa Cruz, el apellido Almaraz todavía es sinónimo de avasallamientos y amenaza al modelo productivo regional.
El golpe de Camacho no fue el único. Agustín Zambrana y Stello Cochamanidis, dirigentes del Comité Pro Santa Cruz, redoblaron la ofensiva. Lo llamaron “desgracia” y “nefasto” para la región, recordándole su rol en el saneamiento de tierras y su supuesta complicidad con la expansión de los llamados “interculturales”. La herida de Alto Parapetí, donde ganaderos retuvieron a Almaraz en 2008, sigue supurando en la memoria colectiva.
En medio de la tempestad, Doria Medina intentó matizar. Aseguró que recibe apoyos de “personas y sectores diversos”, pero que ninguno condiciona su programa de gobierno. “Mi forma de pensar no va a cambiar”, repitió. Horas después, borró la publicación original del respaldo de Almaraz, un gesto que en política suele pesar más que el propio contenido borrado.
La polémica abrió un flanco que sus adversarios aprovecharon de inmediato. Branko Marinkovic, candidato a senador por la alianza Libre y antiguo rival cívico de Almaraz, acusó a Doria Medina de sumar a la “mano derecha” de Evo Morales. En tono irónico, Tuto Quiroga celebró no tener que cargar con ese tipo de aliados, sugiriendo que Unidad había cruzado una línea peligrosa.
La figura de Almaraz divide al país desde hace casi dos décadas. Para el MAS y sectores indígenas, fue un artífice de la justicia agraria; para el empresariado y el oriente productivo, un ejecutor de políticas de despojo. Su breve reaparición en la campaña de 2025 no hizo sino reavivar el enfrentamiento histórico entre ambos bloques.
Almaraz no se incorporó formalmente a la alianza. Su apoyo fue personal, sin acuerdos programáticos. Sin embargo, en la arena electoral boliviana, donde las percepciones pesan tanto como los hechos, esa distinción se perdió en el ruido. Para el electorado cruceño, el solo hecho de aparecer junto a él equivale a una alianza tácita.
El episodio también evidenció la fragilidad de la alianza Unidad. Camacho y Doria Medina comparten un objetivo —desplazar al MAS del poder—, pero no una visión idéntica sobre los límites y los aliados aceptables. En un país polarizado, cada gesto se lee como una declaración ideológica, y en Santa Cruz, la imagen de Almaraz sigue siendo un símbolo de confrontación.
La reacción de José Luis Lupo, candidato a la vicepresidencia por Unidad, fue categórica: “Ese tipo de apoyos no lo queremos”. El intento de cerrar filas no logró frenar el fuego cruzado. El borrado del video solo alimentó la narrativa de que Doria Medina intentó disimular un error estratégico en plena recta final de la campaña.
A tres días de las elecciones, la controversia ya se instaló en el debate público. Más allá del efecto inmediato en encuestas, el episodio deja un mensaje claro: en la política boliviana, sumar apoyos sin medir el peso simbólico puede convertir una jugada táctica en un boomerang devastador.
En el tablero electoral, Doria Medina buscaba mostrarse como el candidato capaz de atraer votos más allá de su núcleo duro. En cambio, el “abrazo incómodo” con Almaraz lo dejó en medio de un fuego cruzado, obligado a convencer a su socio más influyente de que no está cediendo terreno al mismo proyecto que juntos dicen combatir.