Editorial

El “temible” voto nulo

En Bolivia, el voto nulo ha sido históricamente una forma de protesta: una señal de desconfianza, exclusión o hartazgo político. Sin embargo, en el convulsionado escenario...

Editorial | | 2025-08-01 00:51:49

En Bolivia, el voto nulo ha sido históricamente una forma de protesta: una señal de desconfianza, exclusión o hartazgo político. Sin embargo, en el convulsionado escenario rumbo a las elecciones de 17 de agosto, su uso intencionado y estratégico por parte del evismo plantea una interrogante inquietante: ¿estamos ante una legítima expresión de disidencia o frente a un intento deliberado de distorsionar los resultados y deslegitimar el proceso electoral?

Desde la recuperación de la democracia en 1982, el comportamiento del voto nulo ha reflejado el pulso del país. Salvo en 2016 y 2019 —cuando alcanzó el 9% y 12,3% respectivamente— sus niveles han sido consistentemente bajos. De hecho, el promedio histórico, considerando nueve elecciones presidenciales y un referéndum, no llega al 6%.

¿Estamos ante un caso excepcional, impulsado por el despecho político de Evo Morales? Es revelador que los dos mayores picos de voto nulo hayan sido manifestaciones de rechazo precisamente hacia él. Y no es descabellado pensar que gran parte de la indecisión que reflejan hoy las encuestas responde a un rechazo profundo a lo que representa el exmandatario y cualquier cosa que se le parezca.

El 12,3% de votos nulos y blancos registrados en 2019 no modificó el resultado oficial, pero sí marcó el inicio de una crisis institucional que culminó con la renuncia de Morales. Ese episodio confirmó que el voto nulo no define ganadores, pero sí revela fracturas: cuando crece, es síntoma de un divorcio entre la ciudadanía y el sistema político.

Esta vez, sin embargo, se trata de un fenómeno inédito. No son la oposición, los movimientos cívicos ni sectores independientes quienes promueven el voto nulo: es el propio evismo —marginado tras la inhabilitación de su líder— el que impulsa esta estrategia. Por primera vez, una facción del oficialismo busca desestabilizar desde dentro, no mediante propuestas ni candidatos, sino intentando vaciar de legitimidad al proceso electoral.

El objetivo no es construir una alternativa, sino dinamitar el sistema cuando este deja de servirles. Así, el voto nulo deja de ser una expresión ciudadana espontánea para convertirse en un instrumento de sabotaje político. Técnicamente, los votos nulos no se cuentan en el cómputo final; sin embargo, en un escenario con una elevada proporción de ellos, los porcentajes de los candidatos válidos crecen artificialmente. Esto puede facilitar una victoria en primera vuelta o asegurar mayor representación en la Asamblea Legislativa. En otras palabras, aunque el voto nulo no elige, sí altera el equilibrio del juego electoral.

El voto nulo como estrategia del evismo apunta a abrir la puerta a una narrativa futura de ilegitimidad. ¿Existen condiciones para que este recurso distorsione el rumbo político del 17 de agosto? En teoría, sí y eso es exactamente lo que persigue Morales. Aún alimenta la fantasía de un respaldo popular incondicional, como intentó demostrar en el referéndum del 21 de febrero de 2016, cuando terminó derrotado. Esta vez, toma una herramienta legítima de protesta, históricamente surgida desde la ciudadanía y la manipula en un intento desesperado por mantener su vigencia política. Si lo logra, será un verdadero milagro.

Evo Morales alimenta la fantasía de un respaldo popular incondicional, como intentó demostrar en el referéndum del 21 de febrero de 2016, cuando terminó derrotado. Esta vez, toma una herramienta legítima de protesta, históricamente surgida desde la ciudadanía y la manipula en un intento desesperado por mantener su vigencia política. Si lo logra, será un verdadero milagro.