El caso de Tatiana Herrera, directora de Género Generacional de la Alcaldía de Cochabamba, viralizada en plena trifulca callejera, vuelve a poner en debate un falso argumento: "era un tema personal". Cuando se representa una institución pública, no hay botón de pausa para la imagen, ni permiso para desdoblarse según convenga. Si su justificación fuera válida, entonces un empresario captado con su amante en una kiss cam durante un recital de rock podría decir que en ese momento no era esposo, ni CEO, ni representante de marca. Justamente renunció porque la confianza pública se construye, pero también se pierde. La doble moral de exigir respeto institucional mientras se exige privacidad solo cuando conviene es insostenible. Como decía Julio César: “No basta con ser, hay que parecer”. En tiempos de pantallas omnipresentes, el cargo y el rostro son inseparables. El relativismo identitario no exime de responsabilidad. Si se exige respeto, primero hay que dar el ejemplo.